Asistimos
estos días a lo que algunos llaman ―algo forzadamente― “ruido de
togas”, símil poco afortunado del más conocido “ruido de sables”. Las
togas son de por sí silenciosas, aunque unas más y otras menos en
función de la calidad del paño. También lo son quienes se atavían con
ellas, que no tienen por costumbre alzar la voz fuera de la Sala de
vistas ―tampoco dentro― e incluso se sienten algo incómodos al hablar de
las condiciones en que se desarrolla su trabajo. Por eso no es mala
idea prestar algo de atención a lo que vienen exponiendo, con poco
éxito, desde hace unos años.
Obviamente, no pretendo erigirme en portavoz de toda la judicatura ni
aspiro a representarla. Sólo quiero trasladar al público mi punto de
vista sobre una serie de aspectos que simplemente no funcionan como
debieran. Al hacerlo, parto de una realidad incuestionable: a la mayoría
de la gente le importa un bledo de qué va esto de la justicia. Y un
buen número de compatriotas ―sé que no es su caso, querido lector― no
sabría distinguir un juez de un fiscal, el penal del civil o un TSJ de
un juzgado de paz. Tampoco les quita el sueño. De hecho, no está la
justicia entre las diez primeras preocupaciones de los españoles, que
encabeza el paro y cierran las pensiones.
Eso sí, cuando a uno le toca ir al juzgado ―y alguna vez sucede―, no
entiende que los juicios se demoren tanto, se asombra de que las
instalaciones sean tan cutres o se pregunta por qué en el cuarto de baño
se apilan todos esos papeles desordenadamente junto a la escobilla del
váter. Y eso que no se han internado en el archivo de piezas de
convicción. Un lugar solo apto para valientes y para entomólogos.
Y es que hay muchos mitos y leyendas sobre “la justicia”. Por
ejemplo, si pedimos a alguien que dibuje a un juez, indefectiblemente
pintará a un caballero de edad provecta, a menudo barbado y siempre con
cara de pocos amigos. Pero resulta que la mayoría de quienes ejercen la
jurisdicción son mujeres, jóvenes y con cara de buen rollito. No
obstante, es cierto que si nos asomamos al solemne acto de apertura del
año judicial en cualquiera de sus ediciones, aparecerá en todos los
medios la imagen que precisamente han compuesto nuestros dibujantes.
Bueno, en honor a la verdad, algunos no tienen barba.
Por eso queremos mostrarnos tal y como somos la inmensa mayoría
(y como no somos). Tengan claro que no nos pasamos las tardes jugando al
golf, ni navegando en nuestro yate. No conozco a ningún compañero que
tenga de eso. Tampoco los jueces de a pie compartimos mesa y mantel, ni
palco en el fútbol con los políticos, ni con los banqueros o grandes
empresarios. Realmente, muchas veces nuestro almuerzo consiste en un
bocata engullido rápidamente en el despacho entre declaración y
declaración a las tres o cuatro de la tarde si estamos de guardia. Y al
llegar a casa tampoco nos pegamos una siesta de aquellas que glosaba
Cela, nuestro socarrón premio Nobel, sino que nos sentamos ante el
ordenador para poner las sentencias de los juicios celebrados por la
mañana, muchas veces tecleando hasta las tantas de la noche, incluyendo
en ocasiones los sábados y domingos si la cosa se complica. Y si alguna
vez nos han visto tirando de un trolley, no crean que nos vamos rumbo a
un balneario. Contiene los expedientes que llevamos a casa para
resolver. Porque resulta que hay que sacar adelante todo el trabajo que
entra y que en algunos juzgados supera el 250% de la carga teórica
(módulo) del órgano judicial. Es tal la sensación, que algunos
compañeros han acuñado el término de “gallinas ponedoras” como símil del
juez dictando sentencias una tras otra. Incluso hay quien, tristemente,
se ha desplomado muerto en su despacho víctima de un infarto fulminante
por sobrecarga de trabajo sin que nadie más allá de sus deudos haya
alzado mucho la voz. No obstante, a algunos nos ha hecho reflexionar
seriamente acerca del sinsentido que supone acometer sin rechistar la
brutal carga de trabajo que se cierne sobre nosotros.
Algunos lectores pensarán que esto es una exageración, y están en su
derecho de pensarlo. O puede que crean que por lo menos tanto esfuerzo
vendrá recompensado con una alta retribución y grandes prebendas. Les
diré una cosa: ganamos exactamente la mitad de lo que está Vd. pensando.
O menos. Hagan la prueba.
Y ahora que les he contado algo de cómo somos y de lo que hacemos,
les contaré aquello con lo que soñamos. Soñamos con un gobierno y con un
Consejo General del Poder Judicial que nos respeten y que estén
comprometidos con la división de poderes. Con una oficina judicial digna
de ese nombre. Con una planta judicial dimensionada a la alta
litigiosidad española. Con una estructura judicial racional y cercana al
ciudadano. Con unos edificios judiciales que superen cualquier
inspección de seguridad e higiene. Con un CGPJ elegido por nosotros, y
no por los partidos políticos, que nos ampare en nuestra independencia
frente a los ataques que a menudo sufrimos. Con unos nombramientos para
cargos judiciales presididos por los principios de mérito y capacidad y a
través de un proceso transparente. Con una administración de Justicia
moderna. Con unos sistemas de gestión procesal compatibles entre sí,
eficaces y que garanticen la protección de datos. Con unas retribuciones
acordes a nuestra responsabilidad y dignidad como integrantes de un
poder del Estado. Y con muchas otras cosas que no caben en esta página.
Nuestros compañeros, los fiscales, están igual de descontentos, y por
eso se ha logrado por primera vez en la historia la unión de todas
nuestras asociaciones en apoyo y reivindicación de tan justas demandas.
Así que cuando los próximos jueves hasta el 22 de mayo paremos una hora
nuestra actividad y ese día ejerzamos nuestro derecho de huelga,
recuerde todo lo que acaba de leer y asuma que, como pone en los
carteles de las obras, “Estamos trabajando para Vd. Disculpe las
molestias. Muchas gracias”.
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