«El sindicalismo se ha pervertido», Manuel Sánchez Terán. El portavoz de los despedidos de Duro
encerrados en la Catedral de Oviedo hace 20 años llama a volver a las
barricadas
F. ANTUÑA
Hace 20 años estaba en plena lucha. Con varios compañeros de Duro
Felguera encerrados durante meses en la torre de la Catedral de Oviedo,
su batalla por el empleo dio la vuelta al mundo. Manuel Sánchez Terán
(Langreo, 1958), exsindicalista de CC OO y exportavoz de los
trabajadores de Duro, no claudica de sus ideas, pero no niega su
desengaño. Pensionado por enfermedad, da clases de patinaje de velocidad
y ha conseguido que el mundo no le haga muchas heridas.
Está desaparecido. ¿Por qué?
La principal razón es que, con motivo de todo aquello, el organismo
me identificó como mi su propio enemigo, mi sistema inmunológico se
bloqueó y tuve graves problemas físicos. Decidí desandar el camino y
buscar el equilibrio de mente y cuerpo. Necesitaba mantenerme al margen.
La otra, la impotencia de ver que es casi imposible que esto se
reconduzca.
¿Claudicó?
No es claudicar. La esperanza queda. El sistema no quiere poner soluciones. Es fácil pero no se hace porque no se quiere.
¿Luego el sindicalismo es peligroso para la salud?
Si haces sindicalismo de verdad, sí.
¿Y no se hace?
No. Necesitaría una catarsis.
¿Qué es sindicalismo de verdad?
El que yo conocí cuando entré en Duro Felguera con 14 años. Era
participativo, asambleario, se discutía y debatía. Se podían cambiar
cosas y se cambiaron. Pero ya en 1974 y 1975 la cosa se torció, antes de
que llegaran a decir que querían sindicatos horizontales ya se habían
vuelto verticales. La gente se perpetúa, se evita la alternancia
generacional, lo mismo en los sindicatos que en la política. Eso no es
sindicalismo, es otra cosa.
¿No hay sindicalismo en España?
No. Es un problema de todos los países donde funciona el estado del
bienestar y donde hay estas democracias tan modernas y tan corruptas.
¿Y arreglo tiene?
Llegará a tener arreglo cuando nos demos de bruces con lo que está por venir. Habrá que recordar conciencias y valores perdidos.
¿Existe aún la conciencia de clase?
Se ha ido diluyendo, pervirtiendo, como el sindicalismo. La palabra que hoy define política y sindicalismo es perversión.
¿No tiene ganas de líos?
La gana siempre queda. Uno es como es. Pero tengo que ponerle freno por la salud.
Tiene pinta de comerse las uñas viendo los informativos.
No. He conseguido no hacerlo ya.
¿Usted qué hace? A qué dedica el tiempo libre y el ocupado?
Estoy pensionado. Entreno chavales en patinaje de velocidad y trato
de mantenerme equilibrado, tengo que poner en marcha mecanismos que no
me hagan caer en los peores momentos de la enfermedad. Hago mucho yoga y
meditación para mantener la serenidad y la calma.
Se cumplen 20 años del encierro en la Catedral.
Aquello fue de mucho más calado de lo que se piensa. Duro quería
poner fin al empleo fijo, el PSOE estaba dispuesto al despido libre
colectivo y nosotros fuimos la probeta. Todos juntos, incluidos los
sindicatos, lo cocinaron.
Y se propusieron frenarlo...
Sí. Cuando te enfrentas a un poder que no escatima esfuerzos no queda
otra. A mí siempre me gustó generar alternativas nuevas, sorprendentes.
Y en esas estábamos cuando las movilizaciones. Yo tenía un bloc donde
iba escribiendo las ideas...
¿Inconfesables?
Alguna muy fuerte. Intentaron menospreciarnos y reírse de nosotros.
No empezamos haciendo barricadas, hacíamos marchas a pie, teatro, pero
no nos tomaban en serio, y nos fueron marcando el camino.
Y antes de en la Catedral estuvieron en Covadonga.
La Policía sabía que un 8 de septiembre planeábamos hacer algo en La
Morgal, así que cambiamos el rumbo y tiramos para Covadonga. Y hubo
quien dijo: «¡Vamos a llevar a la santa para el taller!». Estuvimos a un
tris. Y un compañero y yo también nos habíamos encadenado ya antes a la
verja de la cueva.
La Iglesia les dio juego.
Sí, porque ya habíamos estado en la Catedral también antes de 1996.
Fue en el año 1992, cuando los expedientes se cambiaban en Madrid como
cromos. Pensamos: «Solo hay una manera de intentar parar esto y es
meternos en un sitio inexpugnable», y entramos en la torre de la
Catedral. Se paró el expediente. Y dijimos: «Si algún día necesitarmos
volver aquí volveremos». Nuestro principio era resistir. Era una forma
de vida y estaba asumida, era parte del ADN del trabajador de Duro
Felguera. Estábamos dispuestos a hacer lo que hiciera faltal. Cuando
llegó el despido, había dos opciones: aceptar o hacérselo tragar. La
asamblea decidió hácerselo tragar.
Y dejaron fotos para la historia, como la de Merchán con el gomeru.
Díaz Merchán lo pagó. Fue el arzobispo que más clara tuvo la
idiosincrasia asturiana. La Iglesia como institución nunca quiso ni
manipularnos ni manejarnos. Y sí mostró disposición a saber. Hace un par
de meses fuimos a ver a Merchán, está francamente bien.
¿Cómo llegaron a dónde llegaron?
Si no hubiéramos tenido la capacidad de meterle miedo en el cuerpo al
poder no habríamos conseguido nada. Hemos hecho cosas de las que no nos
podemos sentir orgullosos, pero no quedaba otra.
¿Por ejemplo?
Sabotajes. Fue obligado; no había otra salida. Hiciéramos lo que hiciéramos seguían erre que erre en sus pactos por la espalda.
¿Cuál es la relación entre quienes vivieron aquella movilización?
Hubo un problema, un documental que nos divididió en dos bandos.
¿Y usted quiere contar su verdad?
Quiero hacer un libro. Tengo muchas cosas avanzadas.
¿Alguien se llevará un susto?
No. Este país ya no se escandaliza de nada.
¿Y usted?
Tampoco.
¿A las barricadas pues?
No digo yo que sea la única solución pero de vez en cuando sí. La
movilización dura, beligerante, no es un fin, pero es legítima y lícita.
Asturias tiene futuro?
Eso es capítulo aparte. Se lo han quitado. Asturias es el experimento
más traicionero y dañino que se ha hecho en la España moderna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario