Javier Álvarez
Villa
¿Son los “altos
funcionarios” de la Administración políticamente “neutrales”,
como se afirma desde el discurso ideológico dominante en las
democracias representativas y ellos mismos se encargan de destacar siempre que tienen oportunidad?
El
Estado en la sociedad capitalista califica esa noción de “neutralidad política funcionarial” como
falsa y engañosa. Los
altos burócratas, estrechamente conectados con los asuntos
políticos, tienen inclinaciones ideológicas bien definidas, en
general, manifiestamente conservadoras. No
obstante ello, la alta burocracia sirve con igual celo a los
gobernantes de derechas que a los socialdemócratas, pues las
reformas que estos últimos se han atrevido a impulsar nunca
cuestionan el orden económico dominante.
Miliband
advierte, con fina ironía inglesa,
sobre los excesivos elogios con que los ministros laboristas han
rendido pleitesía a sus “servidores civiles”, cayendo en
ocasiones en el patetismo. Un lealtad funcionarial que también es
muy ponderada por los socialistas de aquí y que es “mucho menos la expresión de la
infinita adaptabilidad ideológica y política de los funcionarios
civiles que la infinita adaptabilidad de los dirigentes
socialdemócratas a los objetivos conservadores”
A
este respecto, señala el sociólogo británico que en el hipotético
caso de que llegara al poder un partido con un propósito real de
cambio “revolucionario”, se encontraría seguramente con un
verdadero “sabotaje administrativo”. Algo de esto sabe, por
ejemplo, el gobierno tripartito del Ayuntamiento de Oviedo, aunque su
política de cambio municipal no vaya más allá de la mera
regeneración higiénica de un pasado devastador para los intereses
públicos.
En
pocas palabras, dice Miliband, la alta burocracia, dentro del sistema
estatal, “es la voz de la cautela y de la moderación” y su papel
es el de “abogado del status quo del
precedente conservador, de la rutina consagrada”
El conservadurismo de los altos funcionarios en las democracias
liberales de mercado no es meramente abstracto o ideológico. El
Estado en la sociedad capitalista afirma que los altos burócratas
son conservadores en un sentido concreto, a saber, en que son los
defensores de las élites económicas y sociales existentes. Por
varias razones.
La primera y más evidente, la extracción social, así como la
educación y la posición de clase de los altos burócratas.
Recordamos aquí el extenso y documento estudio ¿Qué
determina el éxito en unas oposiciones?, de
Manuel F. Bagüés, una de
cuyas conclusiones es que los candidatos poseedores de un apellido
compuesto similar al de algún miembro del Cuerpo del Estado al que
aspiran – parientes –
tienen de media unas
posibilidades de éxito que superan en más de un 100% las
posibilidades de los demás candidatos.
Pero , además, en segundo lugar,
lo que Miliband llama “salud ideológica” de los altos
funcionarios no es algo que se deje al azar. Tanto en los procesos de
reclutamiento, como en los de ascenso en la cerrera funcionarial, se
establecen mecanismos para garantizar que los elegidos se encuentren
dentro de un espectro de pensamiento que oscila entre un “vigoroso
conservadurismo" y un “débil reformismo”. Quienes,
por casualidad, accedan a un cuerpo de élite de la Administración situándose fuera de este espectro ideológico, tienen asegurada una
infortunada carrera administrativa o están condenados a no hacer
carrera ninguna. En todo
caso, este tipo de individuos desubicados no es precisamente muy
abundante en la alta burocracia.
Pero , a juicio de Miliband, el
factor más importante para garantizar que los altos funcionarios
estén al servicio de los intereses capitalistas de las grandes
empresas, es su estrecha intimidad con ese mundo. En las sociedades
actuales el mundo de la Administración y el de las grandes empresas
están cada vez más vinculados en función de un personal casi
intercambiable. El Estado
en la sociedad capitalista toca
aquí el tema hoy tan en boga de las “puertas giratorias”
Pero, al contrario de lo que hacen
hoy los teóricos más reconocidos, Miliband destaca especialmente el
trasvase desde los grandes cuerpos de funcionarios del Estado al
mundo de los negocios, que
ha producido a una camada de “tecnócratas” que se desplazan
fácilmente entre ambos mundos y que ya no distinguen entre los
intereses públicos y los del sector privado. ¿Recuerdan que en
España la mitad de los abogados del Estado están en excedencia,
trabajando en su mayor parte en grandes empresas que, en algunos
casos, les fichan para pleitear contra la Administración?
¿Y
qué hay de la independencia de los jueces? El
Estado en la sociedad capitalista advierte
que los jueces de los tribunales superiores “de ninguna manera son,
ni pueden ser, independientes de las muchas influencias, sobre todo
de origen social, de la educación, de la situación de clase y de la
tendencia profesional, que contribuyen a la formación de su
concepción del mundo tanto como en el caso de los demás hombres”.
Además, la influencia de los Gobiernos en el ascenso de los jueces
tiende a favorecer a los de talante conservador.
¿No son ahora, aquí en España,
las propias asociaciones de jueces las que reclaman el fin de la
colonización política de la Justicia y el cambio del sistema de
elección de la cúpula judicial?
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