El tren político abusa de la locomotora judicial para obtener sus fines
13 NOV 2018, El País
Muy simple hay que ser para pretender que el poder Judicial pueda
despolitizarse. Pero sí nos basta atender al modelo de televisión
pública, siempre pendiente de los vaivenes electorales, para comprender
que la política es un pulpo que entinta todo. En todas las democracias,
la elección de jueces en tribunales superiores se hace con arreglo a los
equilibrios electorales. La diferencia estriba en que los debates son
públicos y la independencia de los elegidos es sagrada. Desde hace
tiempo venimos reclamando que el Tribunal Constitucional español adopte
un pequeño detalle diferencial del que disfruta en Alemania, por
ejemplo. Allí, ese alto tribunal se encuentra situado en Karlsruhe, una
ciudad más cercana a la frontera francesa que a los centros de poder
políticos de la República a la que representa y defiende. Basta escuchar
algunas grabaciones filtradas de manera interesada y delincuencial para
entender que uno de los problemas judiciales españoles tiene que ver
con la concentración del poder en apenas dos manzanas de la capital. A
tiro de café, es difícil lograr la independencia. Lo mismo sirve para el
periodismo. Hacerlo bien requiere un sacrificio de separación, casi
automarginación.
La llegada del otoño trae una desnudez inesperada. También a las
instituciones del Estado podría llegarles una temporada de pérdida de
hoja arrobadora. Aunque, para muchos, estos temblores de las estructuras
de la nación son causa de enorme preocupación, la realidad es que
merece la pena pasar por estas crisis si el resultado es una
transformación eficaz. La regeneración necesaria precisa de valor y no
de miedos. Pónganse a sumar y les faltarán dedos para contar episodios
que delatan el mal funcionamiento de instituciones imprescindibles. El
mayor peligro de la democracia es que quien obtiene el poder de modo
legítimo en las urnas trate de acaparar su representación en cada una de
las altas instancias que precisamente velan por limitar sus tentaciones
absolutistas.
Los mayores reparos contra el poder Judicial no vienen planteados por
la ciudadanía, sino por los propios jueces. Hay tribunales que
discrepan con contundencia del proceder de otros tribunales. Por no
hablar del varapalo reciente de Estrasburgo al proceder erróneo en
España en la causa contra Otegui. Varapalo, por cierto, recibido con
enorme cinismo. En lugar de deprimirnos podríamos entusiasmarnos con la
posibilidad de que de todo esto salga una discusión ciudadana por
conseguir liberar en cierta medida a las carreras judiciales del
designio político. Detrás de la sentencia corregida del Tribunal Supremo
hay demasiados nombramientos obtusos y ejercicios de poder políticos en
filigrana fea.
Aquí, lo que vamos contemplando en cada uno de estos episodios
malsanos es que el tren político abusa de la locomotora judicial para
obtener sus fines. Eso le obliga a dominaciones groseras de las
instituciones. Que no se admite el debate, que no se quiere razonar
cuando tienes la fuerza. En un ambiente viciado, lo mejor que puede
pasar es abrir las ventanas. Los ojos que no ven, mucho me temo que
acaban por destrozar los corazones que no sienten, aunque sea en plazos
de pago más cómodos. Es cierto que vemos y escuchamos cosas espantosas.
¿Pero sería mejor no oírlo? ¿Sería mejor quedarse sin saber nada de lo
que ocurre? ¿Sería mejor seguir pensando que todo está bien porque nada
se agita? El otoño institucional consiste en poder ver tanto parche,
tanta suciedad empujada debajo de las alfombras. A lo mejor no hace
falta irse a Karlsruhe, pero sí alejarse de la corte.
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