Cuando los vocales del CGPJ no han seguido a pies juntillas las
indicaciones partidistas para el nombramiento de altos cargos
judiciales, se han decantado en muchos casos por el nepotismo interno,
los favores debidos, los amiguismos y las redes clientelares de las
propias asociaciones y personales
“¿Por qué esta insistencia en que es necesario para cualquier A.A.
haber tocado fondo? (...) porque implica la adopción de acciones y
actitudes que, si no, no podría ni soñar en aceptar”
Doce Pasos, Doce Tradiciones
Sacar de las crisis propuestas y soluciones es un aserto
que han vendido todos los gurús del desarrollo personal que han sido y
serán. No obstante tiene un poso de verdad íntima y filosófica. Los
espabilados que se forran con estas cosas, no han hecho otra cosa que
traducir enseñanzas milenarias. El gran yerro del presidente de la Sala
Tercera del Tribunal Supremo -me salía la gran cagada, pero ya saben que
no somos de mal hablar- además de desatar la indignación y la ira de la
sociedad ha tenido, sin duda, una vertiente positiva que no debemos
desestimar. La constatación de la falta de capacidad de Díez-Picazo - otro de los amigos de Lesmes-
para manejar una sala tan grande, compleja y relevante como la Sala
Tercera ha constituido para gran parte de la carrera judicial el
equivalente al “tocar fondo” que reclaman los programas de
rehabilitación de adictos. Ha llevado tan abajo y de forma tan clara el
prestigio y la credibilidad del Tribunal Supremo que ya no permite
mantener los ojos cerrados por más tiempo: la situación de descrédito es
insostenible.
La constatación del desastre a que el
nepotismo, la politización y la avaricia de poder ha arrastrado a la
cúpula del Poder Judicial y a los grandes tribunales ha forzado a voces
de la judicatura a hacerse oír exigiendo tanto la dimisión del
presidente fallido como la limpieza en la elección de los altos cargos
judiciales. Esta necesidad última, en la que no creo que haya más voces
disidentes que las de aquellos que se benefician de un sistema podrido,
se concreta mayoritariamente en la vuelta a la elección de los 12
vocales judiciales del Consejo General del Poder Judicial por parte de
los propios jueces. Este casi mantra, que varios partidos y ministros
han compartido en la oposición y han olvidado en el poder, está recogido
también en las recomendaciones del Grupo de Estados contra la
Corrupción (GRECO). La corrupción toma diversas formas y no es honesto
obviar que el Poder Judicial está siendo corrompido desde hace años de
forma indirecta pero eficaz.
Es honesto y necesario
pues quebrar esa tendencia y evitar que la credibilidad de la Justicia, y
por ende de nuestro Estado de Derecho, se vaya por un precipicio, pero
no está tan claro, al menos yo no lo tengo, que esa solución
aparentemente sencilla de volver a la interpretación literal del
precepto constitucional, previa al primer manoseo socialista, sea la
panacea que buscamos. Precisamente si algo nos ha dejado claro el
episodio de la tragicomedia de la Sala Tercera al que asistimos estos
días es que el mamoneo entre jueces, el nepotismo, el amiguismo, las
redes clientelares de togados que están aupando a las plazas relevantes
no a los más válidos sino a los más próximos a quien manda tampoco
funcionan nada bien. En estas condiciones no sé yo si proponer que los
jueces elijan a quienes han de gobernarles y a la vez a quienes han de
nombrarles solucionaría el problema o nos lo volvería a complicar.
Porque lo que está en el Tribunal Supremo, desengáñense, no se explica
simplemente repitiendo el lema de la politización y devoción partidista
de unos u otros magistrados. No, no es un tema simplificable en
conservadores o progresistas, nombrados por estos o por los otros, que
también. El problema intrínseco va más allá y tiene que ver con las
redes de poder y de amiguismo montadas dentro de la propia carrera
judicial. Quizá esto explicaría también por qué hay muchas menos mujeres
en ciertos puestos, pero este es otro tema.
La línea
decadente de la independencia de las cúpulas judiciales tuvo un punto
de inflexión en el CGPJ anterior. Ya venía precedido por otro, el de
Hernando, en el que dos bloques de la APM y JpD estaban férreamente
comandados y respondían con bastante éxito a las expectativas de Génova y
de Ferraz. Me refiero al momento en el que Margarita Robles y Manuel
Almenar -cada uno representando a su grupo- comenzaron a pactar
nombramientos sin tener en consideración las preferencias de los
partidos que los habían aupado. Esa situación sacó de sus casillas al
ministro Gallardón que, ni corto ni perezoso, cortó por lo sano y se
sacó de la manga una reforma que dejó en jaque al CGPJ y lo redujo a un
presidente, elegido eso sí a gusto del PP, y a una camarilla de dóciles
que, no en vano, eran los únicos en cobrar el gran sueldo íntegro y en
enterarse algo de lo que sucedía allí. Y en esas estamos.
El resumen es que cuando los vocales del CGPJ no han seguido a pies
juntillas las indicaciones partidistas para el nombramiento de altos
cargos judiciales, se han decantado en muchos casos por el nepotismo
interno, los favores debidos, los amiguismos y las redes clientelares de
las propias asociaciones y personales.
Los jueces cuando tratan sobre
asuntos que les atañen tampoco son especialmente independientes de ellos
mismos. Así tenemos cómo la Asociación Profesional de la Magistratura
no ha dicho ni mu sobre el tenebroso caso de la plaza de fiscal para la
hija de Marchena -que implica a varios de sus asociados- o cómo Jueces y
Juezas para la Democracia ha tenido el cuajo de salir a defender al
juez de Violencia de Género que llama bichas y japutas a las
justiciables. Indecente. No, hay mucha gente que cree que la solución
para limpiar el Poder Judicial no es tan simple como que los jueces se
voten entre ellos. Luego surge el Clan de Segovia o el Clan de San
Sebastián o el Grupo de Amigos de Lesmes (GAL), en una broma interna, o
el del otro... y así hasta varias familias de jueces de diferente
sensibilidad pero unidos por unos lazos de lealtad que son muy difíciles
de seguir si no se está muy dentro.
Por eso es
imprescindible recuperar la limpieza y la dignidad del Poder Judicial y
asegurarnos de que las personas más válidas están en su cúpula y no,
como pasa en muchos casos, huidas a la abogacía a ganar dinero después
de haberse formado con el nuestro, ante la constatación de que si no
eres del bando adecuado no te van a dar ni agua. Como me decía un
catedrático ayer: “me preocupan más los muy buenos que se quedan fuera
sin ninguna posibilidad de entrar que los mediocres que sí lo
consiguen”. A mí, en concreto, como ciudadana me duelen ambos casos.
Hay pues que avanzar algo más en la búsqueda de soluciones. Se han
escrito interesantes estudios sobre el establecimiento de baremos
objetivos e, incluso, se ha apuntado a la insaculación de los que los
superen para introducir el elemento del azar en la última fase y evitar
así la posibilidad de los canjes de cromos o de los candidatos de unos u
otros. Es cierto que algunos buenos se quedarían fuera pero, al menos,
sabríamos que nadie tiene en su mano exclusiva meter a los que desea. La
reivindicación machacona de las asociaciones judiciales para que sean
los propios jueces los electores, al menos en mi opinión, se ha quedado
pequeña y obsoleta. No queremos tampoco jueces eligiendo entre los
suyos. Es un sistema que también parece harto peligroso. Cambiar la
politización por el amiguismo o los clanes no parecer solución.
La necesidad es evidente e inmediata pero la salida es compleja y
precisa de propuestas conjuntas, novedosas y eficaces más allá de
creencias ingenuas o no tanto. La ventaja de Díaz-Picazo es que ha
dejado al desnudo lo que muchos llevamos tiempo denunciando. Esperemos
que ahora no le echen encima cualquier trapito para tapar las vergüenzas
y poder seguir como si tal cosa porque dudo que nuestra democracia se
lo pueda permitir.
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