Según la RAE, el pedigrí es la “genealogía de un animal”. En otras palabras, su linaje, marcado por padres, abuelos y otros antecesores. Pedigree (Princeton University Press) es también el título del último libro de Lauren A. Rivera, profesora de management de la Universidad de Kellogg, en el que intenta responder a la pregunta de por qué los hijos de la élite obtienen los mejores trabajos mientras que los descendientes de las clases bajas y medias tienen que conformarse con empleos peor remunerados y con mucho menos poder. Una situación que se reproduce generación tras generación.
“La mayor parte de los americanos piensan que el trabajo duro (y no la sangre azul) es la llave para el éxito”, escribe en el primer capítulo del libro. “Libros de texto, periódicos y novelas están repletos de historias a lo Horatio Alger, en las que un individuo se alza a través de la perseverancia y el empuje personal”. La sociedad se presenta a sí misma como el súmum de la meritocracia, pero la realidad es que la élite se perpetúa a sí misma a través de diferentes mecanismos que Rivera explica en el libro. Y, a pesar de que se centra en EEUU, muchas de sus enseñanzas pueden aplicarse a todas las sociedades occidentales.
Cómo la educación crea una nueva élite
Para desvelar el funcionamiento de este sistema, la autora ha entrevistado a decenas de seleccionadores de personal de las grandes firmas de abogados, las consultoras y el sector bancario. Su conclusión es que los empleadores utilizan criterios de medición relacionados, de forma implícita, con los orígenes familiares del candidato: “Tomado todo junto, estas decisiones en apariencia económicamente neutrales derivan en un proceso de selección que filtra a los estudiantes basándose en el estatus socioeconómico de sus padres”. Haber estudiado en una universidad de élite o trabajar como becario en una firma como Goldman Sachs son interpretados como signos de la aptitud del candidato, su inteligencia y su ética de trabajo. Lo peor de ello, señala Rivera, es que todas estas cualidades son interpretadas no como una herencia paterna (un pedigrí), sino como el producto de la habilidad y el esfuerzo personal.
La autora recuerda que, hasta hace relativamente poco, la élite se perpetuaba a través de la transferencia de sus imperios empresariales y su fortuna. Ahora, esta transmisión es indirecta, y se articula a través del sistema educativo. Para empezar, por el embudo de acceso que supone la educación superior. Según los datos que refleja la autora, el 80% de la cuarta parte de la población más rica obtiene un título, mientras que tan sólo el 10% de la cuarta parte más pobre lo hace. Pero también por la financiación de los colegios en EEUU, donde el valor de la propiedad es un factor determinante. Así, las familias con más recursos económicos no sólo pueden garantizar a sus hijos una mejor educación en forma de colegio privado, sino que también viven en las regiones donde la educación es de mejor calidad.
Ventajas económicas
Una vez los niños se hacen mayores, se han de enfrentar a uno de los grandes problemas para los jóvenes del siglo XXI: el elevado precio de las matrículas que a veces los obliga a endeudarse, Una vez en la universidad, el comportamiento entre los más y los menos favorecidos es muy distinto. Mientras que aquellos que cuentan con un potente apoyo parental pueden concentrarse en las actividades sociales, en hacer contactos, en estudiar y en trabajar como becarios incluso gratis, los que necesitan trabajar para costear la matrícula tienen un menor margen de elección y probablemente terminarán pasando gran parte de las horas del día conviviendo con otros estudiantes en su misma situación.
Lo más importante es el mérito, pero este se define en función de los valores de las clases más privilegiadas
Conexiones sociales
Mientras los hijos de los ricos comparten con otros descendientes afortunados sus años de universidad, sus padres pueden estar intercambiando opiniones, formando lazos y decidiendo conjuntamente su futuro. Un buen contacto puede conseguir una plaza en un colegio privado o unas prácticas en una empresa potente.
Recursos culturales
Rivera cita al sociólogo francés Pierre Bourdieu para explicar cómo los niños adquieren desde sus primeros años de vida determinados gustos, valores, estilos de interacción, formas de conversar, de vestir y de hablar y comportamientos que definen la clase social a la que pertenecen; en definitiva, lo que llamó "habitus". La cultura contribuye a esta persistencia del privilegio moldeando las visiones del mundo de los más jóvenes y de sus padres.
En términos educativos y laborales, ello provoca que los estudiantes de las clases bajas y medias elijan dedicaciones más estables y con una mejor paga desde el primer momento, aunque quizá no a largo plazo. Por el contrario, los ricos persiguen puestos a largo plazo, que proporcionen una mayor satisfacción personal y autoexpresión.
No sólo eres rico, sino que lo pareces
Los ricos no sólo deben serlo, sino parecerlo. “La clase se manifiesta en los cuerpos”, recuerda Rivera. En sus ropas, en su forma de hablar, en los bienes de consumo o aparatos tecnológicos que utilizan, pero también en el blanco de sus dientes o en su forma física, esa que han podido alcanzar gracias a no tener que pasar sus horas muertas trabajando como camareros. Y, tal y como demuestran las encuestas, tendemos a confiar más en las personas que presentan dichas cualidades personales.
Los padres de los niños ricos los apoyan hasta las últimas consecuencias; los de la clase trabajadora les proporcionan independencia
¿Qué es el mérito? Lo que yo he conseguido
La sociedad se muestra de acuerdo en que el mérito personal debe ser la única razón para obtener o no un trabajo. Harina de otro costal es qué significa el mérito en realidad. Como pone de manifiesto Rivera, la definición del mérito cambia a lo largo del tiempo y refleja los valores que una sociedad comparte en un momento histórico concreto. Actualmente, el énfasis se encuentra en los heredados del protestantismo y basados en el carácter personal. Eso se traduce en participar en actividades extracurriculares, ser un gran deportista y tener una gran iniciativa, todos ellos factores que se valoran a la hora de decidir entre un candidato u otro y que, como hemos visto, son propios de los hijos más afortunados. Debido a que definimos el mérito según nuestro propio criterio, es natural que busquemos en aquellos a quienes tenemos que dar el visto bueno las cualidades en que nos vemos reflejados.
Así educan los ricos, así educan las clases medias
Una investigación muy reveladora a tal respecto es la desarrollada por la socióloga Annette Lareau, cuya teoría de la “cultivación concertada” define las diferencias entre clases a la hora de educar a los hijos. Mientras que los más ricos ven a sus hijos como proyectos que necesitan inversión económica y temporal, los padres de las clases trabajadoras son defensores del “crecimiento natural”, la creencia en que el mayor desarrollo de la persona se produce cuando goza de su independencia. Ello provoca que las élites jueguen un rol más activo a la hora de defender, colocar y promover a sus criaturas, mientras que los padres de clase trabajadora descuidan dicho aspecto al considerar que esto les perjudicará
Ello también se refleja en el desempeño de los alumnos en clase. Los estudiantes más privilegiados, paradójicamente, suelen pedir ayuda más a menudo a los profesores, lo que provoca que recaben su atención y parezcan más motivados. Lo contrario ocurre con los niños de clase trabajadora, que piensan que es de débiles pedir ayuda, por lo que son olvidados por los docentes y, al carecer de guía, tienen más posibilidades de equivocarse.
Cómo contratan las empresas
Rivera detecta un vacío en las investigaciones sobre la brecha entre ricos y pobres a la hora de ser contratados: “La literatura asume a menudo que el estatus cultural y socioeconómico importa en las decisiones de los empleadores y en el acceso a los trabajos de la élite, pero aún no han conseguido demostrarlo empíricamente”. Su objetivo es, precisamente, explicar cómo se produce dicho proceso. La autora recuerda que, por lo general, los recursos humanos se centran en una o dos características observables del candidato que pueden encajar o no en el trabajo, y que suelen responder a estereotipos o experiencias personales, no a un criterio preestablecido.
Para ser contratado, debes contar historias y experiencias que se correspondan con las visiones del mundo de las clases altas
Una de las herramientas que las grandes firmas de abogados, bancos y consultoras –los servicios de la élite profesional o EPS– utilizan para captar el talento es el reclutamiento en campus, en el cual las compañías se desplazan a los centros para realizar entrevistas a los alumnos en los que se encuentran interesados. De ahí saldrán las “clases” de becarios y trabajadores que pertenecen a la misma generación y acceden a la vez a las grandes compañías. Estas seleccionan las universidades, donde colocan anuncios, aceptan currículos y entrevistan candidatos donde los juzgan en función de sus cualidades. En el caso de los bufetes, priman las habilidades interpersonales y sus actividades extraescolares. En el sector bancario, su familiaridad con los principios financieros. En las consultoras, su formación técnica.
Rivera recuerda en su libro que los departamentos de recursos humanos tienen menos importancia a la hora de tomar decisiones de lo que parece, y que por lo general, la responsabilidad recae en los profesionales más importantes de la empresa, que son quienes evalúan a los candidatos. Además, los estudiantes que suelen ser contratados con mayor frecuencia son los que tienen, gracias a su familia, un contacto en la industria. Participar en actividades relacionadas con la élite y en actividades extracurriculares prestigiosas son importantes puntos a favor a la hora de juzgar un currículo, así como ofrecer en la entrevista “historias, experiencias y actividades” que encajen en la definición del éxito de las clases altas. En último lugar, Rivera denuncia que los seleccionadores de personal raramente reciben guías para juzgar objetivamente el mérito. En definitiva, todos esos procesos que en apariencia parecen sistemáticos, están diseñados para apelar a la subjetividad del seleccionador, que por lo general, pertenece a la clase que de esa manera se perpetúa en los puestos de responsabilidad de las grandes empresas.
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