Posted by Julio González | Ene 4, 2019
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Del capitalismo financiero al capitalismo de la vigilancia y la apropiación de datos: un nuevo espacio de no derecho
En su reciente libro The Age of Surveillance Capitalism: The Fight for the Future at the New Frontier of Power, Shoshana Zuboff plantea las consecuencias de la revolución digital en el propio capitalismo, que considera hackeado. Un libro del que hemos teñido ciertos avances en los últimos años, especialmente el artículo publicado en el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Un debate importante en el comienzo de la cuarta revolución industrial.
El concepto de surveillance capitalism no es suyo. Lo podemos encontrar en un largo artículo de 2014, en donde se inserta como un elemento de dominación política estadounidense: Monopoly-Finance Capital, the Military-Industrial Complex, and the Digital Age, de Foster y McCheiney. Lo que sí es de esta profesora de Harvard es su aplicación a un ámbito concreto, el relativo al gran hermano con el que convivimos.
¿Qué es el capitalismo de la vigilancia y la apropiación de datos? Se podría definir como una forma de acumulación de la riqueza a través de la explotación económica de los datos captados de forma gratuita mediante la monitorización inconsciente de las personas, sus movimientos y comportamientos, tanto en el mundo físico como en el virtual.
La digitalización ha provocado un nuevo paso en la evolución del capital, paso que se ha dado cuando el capitalismo financiero sigue gozando de buena salud: es el capitalismo de la vigilancia, el practicado con nuestros datos personales por las grandes compañías tecnológicas, que siguieron la senda abierta por una de ellas: Alphabet, entonces denominada Google y que ha dado lugar a una parasitaria forma de acumulación de la riqueza.
En el año 2003 marcó la senda del actuar actual: crear perfiles de los usuarios de su buscador y, a través de ellos, generar anuncios publicitarios personalizados para cada uno de nosotros. Eso que percibimos cuando buscamos algo en Facebook, Amazon o Google, por citar las tres más activos, plataformas en las que somos cosidos a anuncios relacionados con aquello sobre lo que tenemos interés.
La utilización de la inteligencia artificial sirve para crear bases conductuales de cada uno de nosotros. Conocen nuestros gustos gastronómicos, turísticos, literarios, cinematográficos o sexuales solo porque hemos buscado algo relacionado con ello. Sencillo y brutal, en la medida en que incluso sin dar datos explícitos se puede descubrir aquello que puede ser de nuestro interés. Más aún cuando los nuevos dispositivos, los famosos asistentes, parecen “ayudar” a satisfacer estas necesidades, en cuya resolución hay tanto conocimiento como predicción de lo que quiere el usuario.
La consecuencia de ello es de extraordinaria importancia. Más que en ningún otro momento de la historia existe la capacidad por parte de las empresas de dirigir la vida del ciudadano, sus compras, sus lecturas, sus gustos. El llamado de internet de las cosas proporcionará el cerramiento del círculo, ya que le dotaremos de nuestros horarios, hábitos diarios, en definitiva, por comodidad, perderemos capacidad de decisión frente al ojo que todo lo ve; ese ojo que tiene acceso a nuestra vida porque nosotros se lo hemos cedido. Piense que variantes de Android estará en el reloj, el termostato, el sintonizador del televisor, el asistente personal o cualquier otro aparato que imaginemos.
Hoy ya estamos viviendo el comienzo de esta revolución. Google sabe cuánto tiempo está la gente en cada negocio… sólo porque los que llevan un móvil equipado con Android permiten la remisión masiva de esta información a los servidores de la compañía. Es la consecuencia de que cuando cada uno de nosotros abre una cuenta en Google se somete a esta cláusula: “Al subir, almacenar o recibir contenido o al enviarlo a nuestros Servicios o a través de ellos, concedes a Google (y a sus colaboradores) una licencia mundial para usar, alojar, almacenar, reproducir, modificar, crear obras derivadas (por ejemplo, las que resulten de la traducción, la adaptación u otros cambios que realicemos para que tu contenido se adapte mejor a nuestros Servicios), comunicar, publicar, ejecutar o mostrar públicamente y distribuir dicho contenido. Google usará los derechos que le confiere esta licencia únicamente con el fin de proporcionar, promocionar y mejorar los Servicios y de desarrollar servicios nuevos. Esta licencia seguirá vigente incluso cuando dejes de usar nuestros Servicios (por ejemplo, en el caso de una ficha de empresa que hayas añadido a Google Maps)”.
Después de leerla, sincérese ¿Era consciente? ¿Son conscientes los centros educativos que han recibido el regalo de esas cuentas gratuitas de Google? ¿Sabemos cómo pueden dirigir nuestras vidas y que pueden hacer con la información que estamos facilitando de forma gratuita?
Y ello por no hablar de la interrelación entre Facebook y Google, mostrada en el informe que afirma que más del 60% de las aplicaciones descargables desde Google Play remite automáticamente información a Facebook desde el propio instante de instalarse. Datos que son catalogables como sensibles. Google y Microsoft suscribieron, tal como nos contó The Guardian, un pacto para la protección del surveillance capitalism.
Sí, hablo de dirigir vidas. Hablo del nudge, estos impulsos a ciertos comportamientos que se están poniendo tan de moda que han llegado hasta al Derecho administrativo. Hablo de la aplicación de la neurociencia para tratar los datos extraídos de nuestros dispositivos.
Vidas cuyos comportamientos corren el riesgo de ser examinados por el gran hermano. ¿Sabemos dónde han ido los datos de e-commerce del año pasado? ¿Sabemos si a través de ello se puede articular un perfil con trascendencia para nuestra evolución laboral? En China el social score está funcionando, al igual que ciertas variantes de de control social se utiliza en los tribunales estadounidenses o en las entidades financieras en donde existe una evaluación global de riesgo dependiente de los hábitos. Seguro que ahora recuerda aquello que envió a través de Gmail en un momento de exaltación de la amistad y que ahora le avergüenza.
Es un ámbito de no derecho, una idea con la que juegan Eric Schmidt (presidente ejecutivo de Alphabet/Google) y Jared Cohen en su libro “The New Digital Age”: “the online world is not truly bound by terrestrial laws…it’s the world’s largest ungoverned space.” No es exactamente así, pero las consecuencias se parecen mucho como consecuencia de la flexibilidad de ciertos ordenamientos y la extraterritorialidad que requiere soluciones drásticas para romperla.
La extraterritorialidad con la que juegan las grandes compañías con respecto a Europa deja con poca fuerza el Reglamento General de Protección de Datos que con tanto cuidado aplican las compañías nacionales por miedo a las sanciones. El mundo virtual vive de las reglas de cada país donde se ubique y hay muchos territorios en los que la percepción sobre el impacto de la vigilancia sobre nuestros datos, nuestra vida, no es ni de lejos parecida a la de los europeos.
Es fácil decir que nuestras normas dificultan el desarrollo. Es un mantra que se oye para fomentar la desregulación cuando lo más necesario es intervenir. Sería más atinado decir que esas disposiciones actúan (intentan actuar, sería más correcto) como freno frente al abuso de este capitalismo de vigilancia, que nos vigila a diario y sin darnos cuenta. El problema está que nuestras empresas también se deslocalizan en paraísos normativos (y fiscales) para beneficiarse de ser un agente del capitalismo de vigilancia.
Si la tenencia de mecanismos de vigilancia del usuario está al alcance de muchos, el problema es especialmente grave cuando hablamos de Microsoft, Google, Facebook o Amazon (recordemos que Apple mantiene que “lo que está en el iPhone se queda en el iPhone”, como publicidad de sus estrictas reglas de privacidad) Y con ellos habría que incluir aquello sobre lo que alcanza la cada vez más larga mano del capitalismo de Estado chino y que ahora preocupa en Estados Unidos por lo que pueda hacer Huawei (muchos de cuyos dispositivos utilizan Android, por cierto). Lo es especialmente por cuánto que su tamaño y su ámbito es demasiado grande, ya que sobre todo la primera está vinculada a todos los ámbitos en los que se utiliza un dispositivo que utilice sus plataformas. Las interconexiones y cruces de información entre sus diversos sectores de actividad resulta especialmente preocupante.
Parece que ha llegado el momento de plantearse la necesidad de trocearlas en aras del interés general. La solución parece drástica pero el poder de estas compañías es tan grande que sólo su división permitirá sentar las bases para un uso más racional de los datos personales. La proliferación de dispositivos genera un incremento de las posibilidades de captación de datos de forma gratuita para el operador. Si se dispone del sistema, del buscador de información y del dispositivo se controla todo lo relevante del individuo.
Aunque, como en el bolero de Ravel, cuando se haya alcanzado un consenso de protección de derechos, el riesgo comenzará por un cambio de acordes. El capitalismo se transforma, es una constante que añade nuevos actores a la lucha de clases con la que empiezan Marx y Engels el Manifiesto del Partido Comunista. Aquí tendríamos a los usuarios de los dispositivos y a los creadores de la tecnología. Es una historia interminable.
En su reciente libro The Age of Surveillance Capitalism: The Fight for the Future at the New Frontier of Power, Shoshana Zuboff plantea las consecuencias de la revolución digital en el propio capitalismo, que considera hackeado. Un libro del que hemos teñido ciertos avances en los últimos años, especialmente el artículo publicado en el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Un debate importante en el comienzo de la cuarta revolución industrial.
El concepto de surveillance capitalism no es suyo. Lo podemos encontrar en un largo artículo de 2014, en donde se inserta como un elemento de dominación política estadounidense: Monopoly-Finance Capital, the Military-Industrial Complex, and the Digital Age, de Foster y McCheiney. Lo que sí es de esta profesora de Harvard es su aplicación a un ámbito concreto, el relativo al gran hermano con el que convivimos.
¿Qué es el capitalismo de la vigilancia y la apropiación de datos? Se podría definir como una forma de acumulación de la riqueza a través de la explotación económica de los datos captados de forma gratuita mediante la monitorización inconsciente de las personas, sus movimientos y comportamientos, tanto en el mundo físico como en el virtual.
La digitalización ha provocado un nuevo paso en la evolución del capital, paso que se ha dado cuando el capitalismo financiero sigue gozando de buena salud: es el capitalismo de la vigilancia, el practicado con nuestros datos personales por las grandes compañías tecnológicas, que siguieron la senda abierta por una de ellas: Alphabet, entonces denominada Google y que ha dado lugar a una parasitaria forma de acumulación de la riqueza.
En el año 2003 marcó la senda del actuar actual: crear perfiles de los usuarios de su buscador y, a través de ellos, generar anuncios publicitarios personalizados para cada uno de nosotros. Eso que percibimos cuando buscamos algo en Facebook, Amazon o Google, por citar las tres más activos, plataformas en las que somos cosidos a anuncios relacionados con aquello sobre lo que tenemos interés.
La utilización de la inteligencia artificial sirve para crear bases conductuales de cada uno de nosotros. Conocen nuestros gustos gastronómicos, turísticos, literarios, cinematográficos o sexuales solo porque hemos buscado algo relacionado con ello. Sencillo y brutal, en la medida en que incluso sin dar datos explícitos se puede descubrir aquello que puede ser de nuestro interés. Más aún cuando los nuevos dispositivos, los famosos asistentes, parecen “ayudar” a satisfacer estas necesidades, en cuya resolución hay tanto conocimiento como predicción de lo que quiere el usuario.
La consecuencia de ello es de extraordinaria importancia. Más que en ningún otro momento de la historia existe la capacidad por parte de las empresas de dirigir la vida del ciudadano, sus compras, sus lecturas, sus gustos. El llamado de internet de las cosas proporcionará el cerramiento del círculo, ya que le dotaremos de nuestros horarios, hábitos diarios, en definitiva, por comodidad, perderemos capacidad de decisión frente al ojo que todo lo ve; ese ojo que tiene acceso a nuestra vida porque nosotros se lo hemos cedido. Piense que variantes de Android estará en el reloj, el termostato, el sintonizador del televisor, el asistente personal o cualquier otro aparato que imaginemos.
Hoy ya estamos viviendo el comienzo de esta revolución. Google sabe cuánto tiempo está la gente en cada negocio… sólo porque los que llevan un móvil equipado con Android permiten la remisión masiva de esta información a los servidores de la compañía. Es la consecuencia de que cuando cada uno de nosotros abre una cuenta en Google se somete a esta cláusula: “Al subir, almacenar o recibir contenido o al enviarlo a nuestros Servicios o a través de ellos, concedes a Google (y a sus colaboradores) una licencia mundial para usar, alojar, almacenar, reproducir, modificar, crear obras derivadas (por ejemplo, las que resulten de la traducción, la adaptación u otros cambios que realicemos para que tu contenido se adapte mejor a nuestros Servicios), comunicar, publicar, ejecutar o mostrar públicamente y distribuir dicho contenido. Google usará los derechos que le confiere esta licencia únicamente con el fin de proporcionar, promocionar y mejorar los Servicios y de desarrollar servicios nuevos. Esta licencia seguirá vigente incluso cuando dejes de usar nuestros Servicios (por ejemplo, en el caso de una ficha de empresa que hayas añadido a Google Maps)”.
Después de leerla, sincérese ¿Era consciente? ¿Son conscientes los centros educativos que han recibido el regalo de esas cuentas gratuitas de Google? ¿Sabemos cómo pueden dirigir nuestras vidas y que pueden hacer con la información que estamos facilitando de forma gratuita?
Y ello por no hablar de la interrelación entre Facebook y Google, mostrada en el informe que afirma que más del 60% de las aplicaciones descargables desde Google Play remite automáticamente información a Facebook desde el propio instante de instalarse. Datos que son catalogables como sensibles. Google y Microsoft suscribieron, tal como nos contó The Guardian, un pacto para la protección del surveillance capitalism.
Sí, hablo de dirigir vidas. Hablo del nudge, estos impulsos a ciertos comportamientos que se están poniendo tan de moda que han llegado hasta al Derecho administrativo. Hablo de la aplicación de la neurociencia para tratar los datos extraídos de nuestros dispositivos.
Vidas cuyos comportamientos corren el riesgo de ser examinados por el gran hermano. ¿Sabemos dónde han ido los datos de e-commerce del año pasado? ¿Sabemos si a través de ello se puede articular un perfil con trascendencia para nuestra evolución laboral? En China el social score está funcionando, al igual que ciertas variantes de de control social se utiliza en los tribunales estadounidenses o en las entidades financieras en donde existe una evaluación global de riesgo dependiente de los hábitos. Seguro que ahora recuerda aquello que envió a través de Gmail en un momento de exaltación de la amistad y que ahora le avergüenza.
Es un ámbito de no derecho, una idea con la que juegan Eric Schmidt (presidente ejecutivo de Alphabet/Google) y Jared Cohen en su libro “The New Digital Age”: “the online world is not truly bound by terrestrial laws…it’s the world’s largest ungoverned space.” No es exactamente así, pero las consecuencias se parecen mucho como consecuencia de la flexibilidad de ciertos ordenamientos y la extraterritorialidad que requiere soluciones drásticas para romperla.
La extraterritorialidad con la que juegan las grandes compañías con respecto a Europa deja con poca fuerza el Reglamento General de Protección de Datos que con tanto cuidado aplican las compañías nacionales por miedo a las sanciones. El mundo virtual vive de las reglas de cada país donde se ubique y hay muchos territorios en los que la percepción sobre el impacto de la vigilancia sobre nuestros datos, nuestra vida, no es ni de lejos parecida a la de los europeos.
Es fácil decir que nuestras normas dificultan el desarrollo. Es un mantra que se oye para fomentar la desregulación cuando lo más necesario es intervenir. Sería más atinado decir que esas disposiciones actúan (intentan actuar, sería más correcto) como freno frente al abuso de este capitalismo de vigilancia, que nos vigila a diario y sin darnos cuenta. El problema está que nuestras empresas también se deslocalizan en paraísos normativos (y fiscales) para beneficiarse de ser un agente del capitalismo de vigilancia.
Si la tenencia de mecanismos de vigilancia del usuario está al alcance de muchos, el problema es especialmente grave cuando hablamos de Microsoft, Google, Facebook o Amazon (recordemos que Apple mantiene que “lo que está en el iPhone se queda en el iPhone”, como publicidad de sus estrictas reglas de privacidad) Y con ellos habría que incluir aquello sobre lo que alcanza la cada vez más larga mano del capitalismo de Estado chino y que ahora preocupa en Estados Unidos por lo que pueda hacer Huawei (muchos de cuyos dispositivos utilizan Android, por cierto). Lo es especialmente por cuánto que su tamaño y su ámbito es demasiado grande, ya que sobre todo la primera está vinculada a todos los ámbitos en los que se utiliza un dispositivo que utilice sus plataformas. Las interconexiones y cruces de información entre sus diversos sectores de actividad resulta especialmente preocupante.
Parece que ha llegado el momento de plantearse la necesidad de trocearlas en aras del interés general. La solución parece drástica pero el poder de estas compañías es tan grande que sólo su división permitirá sentar las bases para un uso más racional de los datos personales. La proliferación de dispositivos genera un incremento de las posibilidades de captación de datos de forma gratuita para el operador. Si se dispone del sistema, del buscador de información y del dispositivo se controla todo lo relevante del individuo.
Aunque, como en el bolero de Ravel, cuando se haya alcanzado un consenso de protección de derechos, el riesgo comenzará por un cambio de acordes. El capitalismo se transforma, es una constante que añade nuevos actores a la lucha de clases con la que empiezan Marx y Engels el Manifiesto del Partido Comunista. Aquí tendríamos a los usuarios de los dispositivos y a los creadores de la tecnología. Es una historia interminable.
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