Del capitalismo financiero al capitalismo de la vigilancia y la apropiación de datos: un nuevo espacio de no derecho
En su reciente libro
The Age of Surveillance Capitalism: The Fight for the Future at the New Frontier of Power
, Shoshana
Zuboff plantea las consecuencias de la revolución digital en el propio
capitalismo, que considera hackeado. Un libro del que hemos teñido
ciertos avances en los últimos años, especialmente el artículo publicado
en el
Frankfurter Allgemeine Zeitung. Un debate importante en el comienzo de la cuarta revolución industrial.
El concepto de
surveillance capitalism
no es suyo. Lo podemos encontrar en un largo artículo de 2014, en donde
se inserta como un elemento de dominación política estadounidense:
Monopoly-Finance Capital,
the Military-Industrial Complex, and the Digital Age, de Foster y
McCheiney. Lo que sí es de esta profesora de Harvard es su aplicación a
un ámbito concreto, el relativo al gran hermano con el que convivimos.
¿Qué es el
capitalismo de la vigilancia y la apropiación de datos?
Se podría definir como una forma de acumulación de la riqueza a través
de la explotación económica de los datos captados de forma gratuita
mediante la monitorización inconsciente de las personas, sus movimientos
y comportamientos, tanto en el mundo físico como en el virtual.
La
digitalización ha provocado un nuevo paso en la evolución del capital,
paso que se ha dado cuando el capitalismo financiero sigue gozando de
buena salud: es el capitalismo de la vigilancia, el practicado con
nuestros datos personales por las grandes compañías tecnológicas, que
siguieron la senda abierta por una de ellas: Alphabet, entonces
denominada Google y que ha dado lugar a una parasitaria forma de
acumulación de la riqueza.
En el año 2003 marcó la senda del
actuar actual: crear perfiles de los usuarios de su buscador y, a través
de ellos, generar anuncios publicitarios personalizados para cada uno
de nosotros. Eso que percibimos cuando buscamos algo en Facebook, Amazon
o Google, por citar las tres más activos, plataformas en las que somos
cosidos a anuncios relacionados con aquello sobre lo que tenemos
interés.
La utilización de la inteligencia artificial sirve para
crear bases conductuales de cada uno de nosotros. Conocen nuestros
gustos gastronómicos, turísticos, literarios, cinematográficos o
sexuales solo porque hemos buscado algo relacionado con ello. Sencillo y
brutal, en la medida en que incluso sin dar datos explícitos se puede
descubrir aquello que puede ser de nuestro interés. Más aún cuando los
nuevos dispositivos, los famosos asistentes, parecen “ayudar” a
satisfacer estas necesidades, en cuya resolución hay tanto conocimiento
como predicción de lo que quiere el usuario.
La consecuencia de
ello es de extraordinaria importancia. Más que en ningún otro momento de
la historia existe la capacidad por parte de las empresas de dirigir la
vida del ciudadano, sus compras, sus lecturas, sus gustos. El llamado
de internet de las cosas proporcionará el cerramiento del círculo, ya
que le dotaremos de nuestros horarios, hábitos diarios, en definitiva,
por comodidad, perderemos capacidad de decisión frente al ojo que todo
lo ve; ese ojo que tiene acceso a nuestra vida porque nosotros se lo
hemos cedido. Piense que variantes de Android estará en el reloj, el
termostato, el sintonizador del televisor, el asistente personal o
cualquier otro aparato que imaginemos.
Hoy ya estamos viviendo el
comienzo de esta revolución. Google sabe cuánto tiempo está la gente en
cada negocio… sólo porque los que llevan un móvil equipado con Android
permiten la remisión masiva de esta información a los servidores de la
compañía. Es la consecuencia de que cuando cada uno de nosotros abre una
cuenta en Google se somete a esta cláusula: “Al subir, almacenar o
recibir contenido o al enviarlo a nuestros Servicios o a través de
ellos, concedes a Google (y a sus colaboradores) una licencia mundial
para usar, alojar, almacenar, reproducir, modificar, crear obras
derivadas (por ejemplo, las que resulten de la traducción, la adaptación
u otros cambios que realicemos para que tu contenido se adapte mejor a
nuestros Servicios), comunicar, publicar, ejecutar o mostrar
públicamente y distribuir dicho contenido. Google usará los derechos que
le confiere esta licencia únicamente con el fin de proporcionar,
promocionar y mejorar los Servicios y de desarrollar servicios nuevos.
Esta licencia seguirá vigente incluso cuando dejes de usar nuestros
Servicios (por ejemplo, en el caso de una ficha de empresa que hayas
añadido a Google Maps)”.
Después de leerla, sincérese ¿Era
consciente? ¿Son conscientes los centros educativos que han recibido el
regalo de esas cuentas gratuitas de Google? ¿Sabemos cómo pueden dirigir
nuestras vidas y que pueden hacer con la información que estamos
facilitando de forma gratuita?
Y ello por no hablar de la interrelación entre Facebook y Google, mostrada en el
informe
que afirma que más del 60% de las aplicaciones descargables desde
Google Play remite automáticamente información a Facebook desde el
propio instante de instalarse. Datos que son catalogables como
sensibles. Google y Microsoft suscribieron, tal como nos contó The
Guardian, un pacto para la protección del surveillance capitalism.
Sí,
hablo de dirigir vidas. Hablo del nudge, estos impulsos a ciertos
comportamientos que se están poniendo tan de moda que han llegado hasta
al Derecho administrativo. Hablo de la aplicación de la neurociencia
para tratar los datos extraídos de nuestros dispositivos.
Vidas
cuyos comportamientos corren el riesgo de ser examinados por el gran
hermano. ¿Sabemos dónde han ido los datos de e-commerce del año pasado?
¿Sabemos si a través de ello se puede articular un perfil con
trascendencia para nuestra evolución laboral? En China el
social score
está funcionando, al igual que ciertas variantes de de control social
se utiliza en los tribunales estadounidenses o en las entidades
financieras en donde existe una evaluación global de riesgo dependiente
de los hábitos. Seguro que ahora recuerda aquello que envió a través de
Gmail en un momento de exaltación de la amistad y que ahora le
avergüenza.
Es un ámbito de no derecho, una idea con la que juegan
Eric Schmidt (presidente ejecutivo de Alphabet/Google) y Jared Cohen en
su libro “The New Digital Age”: “the online world is not truly bound by
terrestrial laws…it’s the world’s largest ungoverned space.” No es
exactamente así, pero las consecuencias se parecen mucho como
consecuencia de la flexibilidad de ciertos ordenamientos y la
extraterritorialidad que requiere soluciones drásticas para romperla.
La
extraterritorialidad con la que juegan las grandes compañías con
respecto a Europa deja con poca fuerza el Reglamento General de
Protección de Datos que con tanto cuidado aplican las compañías
nacionales por miedo a las sanciones. El mundo virtual vive de las
reglas de cada país donde se ubique y hay muchos territorios en los que
la percepción sobre el impacto de la vigilancia sobre nuestros datos,
nuestra vida, no es ni de lejos parecida a la de los europeos.
Es
fácil decir que nuestras normas dificultan el desarrollo. Es un mantra
que se oye para fomentar la desregulación cuando lo más necesario es
intervenir. Sería más atinado decir que esas disposiciones actúan
(intentan actuar, sería más correcto) como freno frente al abuso de este
capitalismo de vigilancia, que nos vigila a diario y sin darnos cuenta.
El problema está que nuestras empresas también se deslocalizan en
paraísos normativos (y fiscales) para beneficiarse de ser un agente del
capitalismo de vigilancia.
Si la tenencia de mecanismos de
vigilancia del usuario está al alcance de muchos, el problema es
especialmente grave cuando hablamos de Microsoft, Google, Facebook o
Amazon (recordemos que Apple mantiene que “lo que está en el iPhone se
queda en el iPhone”, como publicidad de sus estrictas
reglas de privacidad) Y con ellos habría que incluir aquello sobre lo que alcanza la cada vez más larga mano del
capitalismo
de Estado chino y que ahora preocupa en Estados Unidos por lo que pueda
hacer Huawei (muchos de cuyos dispositivos utilizan Android, por
cierto). Lo es especialmente por cuánto que su tamaño y su ámbito es
demasiado grande, ya que sobre todo la primera está vinculada a todos
los ámbitos en los que se utiliza un dispositivo que utilice sus
plataformas. Las interconexiones y cruces de información entre sus
diversos sectores de actividad resulta especialmente preocupante.
Parece
que ha llegado el momento de plantearse la necesidad de trocearlas en
aras del interés general. La solución parece drástica pero el poder de
estas compañías es tan grande que sólo su división permitirá sentar las
bases para un uso más racional de los datos personales. La proliferación
de dispositivos genera un incremento de las posibilidades de captación
de datos de forma gratuita para el operador. Si se dispone del sistema,
del buscador de información y del dispositivo se controla todo lo
relevante del individuo.
Aunque, como en el bolero de Ravel,
cuando se haya alcanzado un consenso de protección de derechos, el
riesgo comenzará por un cambio de acordes. El capitalismo se transforma,
es una constante que añade nuevos actores a la lucha de clases con la
que empiezan Marx y Engels el
Manifiesto del Partido Comunista. Aquí tendríamos a los usuarios de los dispositivos y a los creadores de la tecnología. Es una historia interminable.