En
el repaso regeneracionista que este blog está realizando a todas las
instituciones cuyo funcionamiento deja bastante que desear en nuestro
país, creo que debe llegarle también su merecido turno -nadie se salva
de nuestro afilado bisturí- a los medios de comunicación. Poca gente
habrá capaz de discutir el fundamental papel que los medios desempeñan
en cualquier nación o sociedad moderna. De hecho, resulta oportuno
recordar la famosa reflexión del autor de la Declaración de la
Independencia, tercer Presidente y eminente filósofo político
norteamericano Thomas Jefferson, uno de los más grandes pensadores que han dado los Estados Unidos de América, cuando dijo: “si
tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos o
periódicos sin gobierno, no dudaría en preferir lo segundo”. Y la frase no venía, precisamente, de un don nadie en materia política. De hecho cuando su sucesor John Fitzgerald Kennedy dio la bienvenida en su residencia a los 49 ganadores del Premio Nobel en al año 1962, dijo muy gráficamente: “creo
que ésta es la colección más extraordinaria de talento y del saber
humano que jamás se haya reunido en la Casa Blanca, con la posible
excepción de cuando Thomas Jefferson cenaba solo “.
En esa misma línea argumental no podemos olvidar, especialmente en
una época y en un Estado como el nuestro cuyos mecanismos de control y
regulación -los denominados “checks and balances” en el mundo
anglosajón- han sido notoria y concienzudamente desactivados durante las
últimas décadas, que la prensa, la radio y la televisión han jugado un
papel esencial, como un verdadero “cuarto poder”, en su función de
investigar, denunciar y poner negro sobre blanco el detallado relato de
las disfunciones, imperfecciones y corruptelas que afectan a nuestro
sistema político. Pero, asumido lo anterior, es también necesario
comentar, y este blog resulta especialmente adecuado para ello, que no siempre es oro todo lo que reluce en el mundo de los medios de comunicación,
especialmente tras estos difíciles tiempos de crisis económica. El
interesado y prolongado silencio por parte de un buen número de medios, e
incluso su ensalzamiento durante años, ante conocidos políticos
notoriamente corruptos, y su complicidad manifiesta con situaciones
anómalas que ahora están empezando a salir a la luz debe movernos a
realizar una reflexión profunda sobre su verdadera función en la
sociedad, sobre las causas de esta situación, y sobre sus delicadas
consecuencias para todos nosotros.
Antes que nada es preciso aclarar, para los más ingenuos o menos
avisados, que los coloquialmente llamados “medios de comunicación” son
en realidad “empresas” o “grupos” de comunicación a
todos los efectos. Esta aclaración es fundamental para entender que la
mayoría de medios actúa básicamente –aunque a unos se les nota bastante
más que a otros- no en la búsqueda y publicación de la “verdad”
en sí misma, sino bajo estrictos criterios económicos, defendiendo una
línea editorial próxima a aquellas opciones políticas que más convienen a
la supervivencia y a los intereses de su grupo empresarial. Resulta de
gran importancia contar todo esto porque sigue habiendo en España mucha
gente de buena fe que, en sus conversaciones cotidianas, dice “lo he oído en la tele (o en la radio)” o “lo dice el periódico”
como muestra de indiscutible autoridad en los argumentos que utiliza,
sin pararse a pensar, con la mirada un poco más allá de lo que ha leído u
oído, en quién lo dice, o en quién lo escribe, y con qué
verdaderas intenciones lo publica en este concreto momento. Y ello se
aprecia mucho no sólo en las pequeñas empresas de prensa local, siempre
más cercanas necesariamente al gobernante de turno, sino también en los
grandes grupos multimedia -aquéllos que agrupan prensa escrita, radio,
televisión e internet- y cuyo devenir económico-financiero depende en
gran medida de la generosidad, directa o indirecta, de los gobiernos
centrales, autonómicos o municipales del momento. En pocas palabras,
cuando la economía o la propia viabilidad financiera del “controlador”
(el medio de comunicación) deja de ser autónoma y pasa a depender de sus
“controlados”(los políticos que gobiernan en su territorio), la
tentación de acomodarse o dejarse influir en lo que se publica o se deja
de publicar se hace realmente grande, por no decir inevitable.
Muchos medios de comunicación se habían habituado en los últimos
tiempos en nuestro país, tanto en el ámbito estatal como en los
autonómicos o locales, a sobrevivir y cuadrar sus balances directamente gracias a las subvenciones públicas y a la publicidad institucional,
especialmente ante el enorme bajón que experimentó la publicidad
procedente de las empresas privadas y de las actividades comerciales en
general. Ello generó una peligrosa dependencia de los gobernantes de
turno, pues resulta muy difícil –en España realmente casi heroico- que
los periodistas critiquen a las instituciones con cuyo dinero se
sustenta el equilibrio económico de su empresa y, en definitiva, su
propio puesto de trabajo. Y a la hora de los recortes, que dada la
situación del país han ido llegando inexorablemente a todos los ámbitos
de la actividad económica, ha sucedido algo todavía más peligroso.
Cuando la esencia del buen periodismo consiste en ser crítico con el
poder, del color que sea, para corregir sus disfunciones, en España se
está produciendo, de una forma lamentable, justo el fenómeno contrario:
los gobernantes que han derrochado el dinero público a manos llenas
regando generosamente a muchos medios de comunicación se han acabado
convirtiendo para éstos en los héroes, mientras que los que han venido
después con las tijeras en la mano, racionalizando, reduciendo y
poniendo orden en el anterior despilfarro económico-mediático han sido
tratados como los villanos. Justo lo contrario de lo que debería ser.
Hace escasos días un amigo metido en política me comentaba que su
partido, ahora en el poder en la autonomía en la que vivo, vive una
complicada situación porque ha colocado involuntariamente en estos
últimos años a casi todos los medios locales en contra, no tanto por el
contenido de su actuación política -que con sinceridad no ha sido tan
mala dada la situación general y las cuentas heredadas- sino porque las
circunstancias económicas actuales les han convertido en el “partido de los recortes”,
de forma que, al haber eliminado las millonarias cantidades que
percibían los grupos mediáticos locales, se han transformado para la
mayoría de los medios y, consecuentemente, para sus lectores y
espectadores, en “los peores políticos de la democracia”. Y
eso, dado el enorme poder que acumulan los medios de comunicación,
resulta tremendamente peligroso, y revelador, en el fondo, de una
mezquina y torticera irresponsabilidad. Únase a ello el hecho de que,
como antes hemos comentado, la mayoría de los lectores, oyentes y
espectadores de prensa, radio y televisión resultan de una notable
credulidad, no siendo muchos de ellos capaces de realizar una lectura
comparativa crítica de toda la diversa información que continuamente
reciben. Por ello, ante esta lamentable actitud de algunos medios, la
mayoría de las personas que a diario abren un periódico, ponen la radio o
encienden su televisor con su mejor buena fe resultan, en muchas
materias importantes, realmente engañadas. Ello significa, sin más
rodeos, que muchos medios de comunicación no critican a los políticos
que lo hacen realmente mal en su gestión o derrochan dineros públicos,
sino a aquéllos que, aunque actúen con responsabilidad, perjudican los
intereses económicos de su grupo empresarial. Y eso, que muy pocos lo
saben o son capaces de intuirlo, nos lo desayunamos todos los españoles
un día detrás de otro en los últimos años. También es cierto que existen
honrosas excepciones en el mundo de los medios, que dignifican
enormemente a su profesión, y que muchos periodistas de a pie se
encuentran colocados en una comprometida posición laboral y profesional,
no siendo ellos responsables de la mayoría de sesgos informativos, que
emanan directamente de las directrices dadas por sus empresas.
Pues bien, esta situación, como muchas otras existentes en nuestro país, no puede sostenerse más, y debe ser denunciada de forma pública y contundente.
Ya sé que resulta harto difícil que todo esto se publique en los
propios medios de comunicación, pues en el fondo atenta contra sus más
íntimos intereses, especialmente los económicos, pero debemos hacerlo
aquí. Por algo somos independientes, y para ello existe este blog. Queda
formulada esta denuncia y planteada esta delicada reflexión. ¿Qué
podemos hacer para corregirla?
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