Javier Álvarez Villa
La preparación de opositores a los cuerpos de élite de la Administración provinciana es una actividad secreta. En el régimen oprobioso de la dictadura, los trabajos clandestinos se asociaban a los saboteadores del sistema y en esas tareas se ponía en juego la libertad y, en muchas ocasiones, la vida. Por el contrario, en la democracia representativa la clandestinidad se vincula a las actividades que se ocultan con el objeto de eludir alguna ley, generalmente en beneficio económico propio. Por ello, el luchador clandestino de la dictadura se percibe hoy como un personaje noble y heroico, en oposición a la figura contemporánea del villano defraudador (con independencia de que éste provoque, con relativa frecuencia, deseos irrefrenables de emulación)
Para evitar malos entendidos, advertimos que no es nuestra intención la de sugerir que todo preparador de oposiciones sea un operario clandestino, pues para que tal circunstancia concurra, resultará preciso añadir al sigilo con el que actúa, alguna o varias vulneraciones de la legalidad de aplicación, y este segundo extremo debe ser probado, como resulta obvio.
Ahora bien, el hecho cierto y relevante es que la actividad profesional de los preparadores suele desarrollarse sin publicidad. Hasta tal punto es así que puede afirmarse que se trata de la única modalidad invisible de arrendamiento de servicios (como resulta lógico, excluimos a los gremios de profesionales del delito por encargo, en sus diferentes especialidades y oficios)
Lo paradójico del caso es que las habilidades y conocimientos necesarios para participar en un procedimiento público de selección se adquieran en escuelas tan opacas.
En ausencia de luz, el acceso al preparador se produce, en exclusiva, por contactos discretos canalizados a través de intermediarios de confianza. En un submundo en el que reina el secreto, se comprende que la información privilegiada, las influencias, los contactos personales, las filtraciones, las infiltraciones, las maniobras de distracción o los juegos de manos, puedan tener un papel muy relevante a la hora de distinguir entre los servicios prestados por uno u otro preparador y, por tanto, de decantar la decisión del pupilo en favor de uno u otro maestro.
En el mercado oligopólico de los preparadores de oposiciones, el preparador líder podrá ser el que tenga la capacidad de aportar más elementos diferenciales en orden a incrementar las expectativas del opositor de alcanzar con éxito su fin, a saber, la obtención de la plaza.
La actividad mercantil de la preparación de oposiciones no se escapa tampoco a la “ley de la producción industrial de la decadencia”, formulada por Guy Debord para explicar el proceso masivo de producción capitalista, conforme a la cual la ganancia del empresario depende de la rapidez de la ejecución y de la mala calidad del material empleado. A este respecto, el prestigio del preparador será tanto mayor – y su cartera de clientes más extensa – cuanto primero logre colocar a sus pupilos en la Administración y con la peor formación posible. Resulta evidente que el preparador de oposiciones que pueda ofrecer estos resultados será el más productivo y eficiente, el más admirado y, en consecuencia, el más demandado y con mayores ganancias.
No nos extrañe, entonces, que un preparador que presuma de honesto – como puede suceder con empresarios y profesionales de otros ramos -, que cuide la formación de sus opositores, que marque adecuadamente los tiempos del proceso de preparación y, sobre todo, que guarde las distancias debidas con la Administración empleadora, acabe fracasando estrepitosamente en su tarea: sus alumnos terminarán suspendiendo a pesar de ser los mejor preparados.
Probablemente, este preparador termine abandonando su oficio por la desafección de su clientela.
Un tercer grupo de preparadores, integrado por uno o, a lo más, tres profesionales del ramo, hará su negocio prolongando todo lo posible el periodo de retención de los opositores, en el que asegurará un nivel de preparación constante caracterizado por su pésima calidad. Este grupo nunca fracasa, pues su éxito consiste en mantener el negocio abierto. En todo caso, la obtención ocasional de una plaza por alguno de sus pupilos, debida exclusivamente al esfuerzo personal de éstos, les reafirma en la eficacia de su trabajo.
Sobre el modo en el que se designa a los miembros de los tribunales de selección, sobre las técnicas para disponer de los ganchos adecuados dentro de los mismos y sobre la habilidad que deben desplegar algunos preparadores para cumplir con la exigencia legal de que esa actividad no suponga una dedicación superior a setenta y cinco horas anuales, nos ocuparemos detenidamente en otra ocasión. El examen de la problemática ligada a la tributación de las ganancias obtenidas corresponde, como es natural, a los especialistas en la materia.
La preparación de opositores a los cuerpos de élite de la Administración provinciana es una actividad secreta. En el régimen oprobioso de la dictadura, los trabajos clandestinos se asociaban a los saboteadores del sistema y en esas tareas se ponía en juego la libertad y, en muchas ocasiones, la vida. Por el contrario, en la democracia representativa la clandestinidad se vincula a las actividades que se ocultan con el objeto de eludir alguna ley, generalmente en beneficio económico propio. Por ello, el luchador clandestino de la dictadura se percibe hoy como un personaje noble y heroico, en oposición a la figura contemporánea del villano defraudador (con independencia de que éste provoque, con relativa frecuencia, deseos irrefrenables de emulación)
Para evitar malos entendidos, advertimos que no es nuestra intención la de sugerir que todo preparador de oposiciones sea un operario clandestino, pues para que tal circunstancia concurra, resultará preciso añadir al sigilo con el que actúa, alguna o varias vulneraciones de la legalidad de aplicación, y este segundo extremo debe ser probado, como resulta obvio.
Ahora bien, el hecho cierto y relevante es que la actividad profesional de los preparadores suele desarrollarse sin publicidad. Hasta tal punto es así que puede afirmarse que se trata de la única modalidad invisible de arrendamiento de servicios (como resulta lógico, excluimos a los gremios de profesionales del delito por encargo, en sus diferentes especialidades y oficios)
Lo paradójico del caso es que las habilidades y conocimientos necesarios para participar en un procedimiento público de selección se adquieran en escuelas tan opacas.
En ausencia de luz, el acceso al preparador se produce, en exclusiva, por contactos discretos canalizados a través de intermediarios de confianza. En un submundo en el que reina el secreto, se comprende que la información privilegiada, las influencias, los contactos personales, las filtraciones, las infiltraciones, las maniobras de distracción o los juegos de manos, puedan tener un papel muy relevante a la hora de distinguir entre los servicios prestados por uno u otro preparador y, por tanto, de decantar la decisión del pupilo en favor de uno u otro maestro.
En el mercado oligopólico de los preparadores de oposiciones, el preparador líder podrá ser el que tenga la capacidad de aportar más elementos diferenciales en orden a incrementar las expectativas del opositor de alcanzar con éxito su fin, a saber, la obtención de la plaza.
La actividad mercantil de la preparación de oposiciones no se escapa tampoco a la “ley de la producción industrial de la decadencia”, formulada por Guy Debord para explicar el proceso masivo de producción capitalista, conforme a la cual la ganancia del empresario depende de la rapidez de la ejecución y de la mala calidad del material empleado. A este respecto, el prestigio del preparador será tanto mayor – y su cartera de clientes más extensa – cuanto primero logre colocar a sus pupilos en la Administración y con la peor formación posible. Resulta evidente que el preparador de oposiciones que pueda ofrecer estos resultados será el más productivo y eficiente, el más admirado y, en consecuencia, el más demandado y con mayores ganancias.
No nos extrañe, entonces, que un preparador que presuma de honesto – como puede suceder con empresarios y profesionales de otros ramos -, que cuide la formación de sus opositores, que marque adecuadamente los tiempos del proceso de preparación y, sobre todo, que guarde las distancias debidas con la Administración empleadora, acabe fracasando estrepitosamente en su tarea: sus alumnos terminarán suspendiendo a pesar de ser los mejor preparados.
Probablemente, este preparador termine abandonando su oficio por la desafección de su clientela.
Un tercer grupo de preparadores, integrado por uno o, a lo más, tres profesionales del ramo, hará su negocio prolongando todo lo posible el periodo de retención de los opositores, en el que asegurará un nivel de preparación constante caracterizado por su pésima calidad. Este grupo nunca fracasa, pues su éxito consiste en mantener el negocio abierto. En todo caso, la obtención ocasional de una plaza por alguno de sus pupilos, debida exclusivamente al esfuerzo personal de éstos, les reafirma en la eficacia de su trabajo.
Sobre el modo en el que se designa a los miembros de los tribunales de selección, sobre las técnicas para disponer de los ganchos adecuados dentro de los mismos y sobre la habilidad que deben desplegar algunos preparadores para cumplir con la exigencia legal de que esa actividad no suponga una dedicación superior a setenta y cinco horas anuales, nos ocuparemos detenidamente en otra ocasión. El examen de la problemática ligada a la tributación de las ganancias obtenidas corresponde, como es natural, a los especialistas en la materia.
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