JOSÉ MANUEL NAREDO
Economista y estadístico
Los expertos reclaman la reforma del mercado de trabajo como base para frenar el crecimiento del desempleo”, concluía un medio especializado en economía, no ayer, sino en 1993. Sonaba entonces, como ahora, la misma letanía de “los expertos” recomendando la reforma laboral y el recorte del gasto público como “medidas urgentes para salir de la crisis” que aquejaba a la economía española tras el pinchazo de la primera burbuja inmobiliaria de la democracia y el rosario de megaproyectos improductivos vinculados a los festejos de 1992. Se urgía entonces, como ahora, a “flexibilizar el mercado laboral” para aumentar ¡no el paro, sino el empleo! Se planteaba seriamente si para conjurar la crisis y emplear a los parados “no sería necesario poner en la calle a medio millón de funcionarios” a fin de reducir el déficit presupuestario… Y se echaba en cara “el egoísmo de los que tienen empleo hacia los demás”, al no avenirse los sindicatos a rebajar los salarios y el coste del despido. Es decir, se trataba de igualar por abajo, empeorando las condiciones de contratación y retribución de los asalariados.
Este discurso de la patronal y sus expertos invitados ha venido cayendo desde hace tiempo como una especie de “gota malaya” que, con su machacona insistencia, llega a erosionar lo mismo piedras que voluntades. Con ello, el discurso de los sindicatos y el ánimo de los trabajadores pasaron de ser reivindicativos a convertirse en meramente defensivos. Se acabó facilitando el despido, aumentando el trabajo precario y manteniendo el coste laboral por hora de trabajo en nuestro país por debajo de la Europa de los 27, todo ello siempre en aras de un hipotético pleno empleo. Y cuando el pinchazo de la nueva burbuja especulativa hundió la economía y elevó el paro a máximos históricos, se sigue recetando la misma medicina.
En 1993, como ahora, la reforma del mercado de trabajo eclipsó la del mercado inmobiliario que había ocasionado la crisis. Entonces pudo practicarse una huida hacia adelante devaluando la peseta en un 40%, saneando las cuentas del Estado a base de escatimar gastos sociales y vender empresas públicas… y espoleando nuevas prácticas especulativas con el apoyo del euro. La diferencia estriba en que esta huida no es hoy practicable y, sin corregir los vicios de origen, se nos invita a pagar los platos rotos de un aquelarre inmobiliario del que sólo algunos sacaron provecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario