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jueves, 21 de marzo de 2013

Una crisis chapucera


Conozco a un carpintero, subvencionado por el Estado y sus programas laborales, que hace camas donde al cliente no le caben las piernas, porque no sabe medir. Y a funcionarios que provocan colas por hablar por el móvil  con la parienta. Y a profesores universitarios que conocen su materia como José Mourinho la humildad y la modestia. Y a periodistas que no saben escribir y huyen de la noticia como de la peste, pero precisamente por ello son recompensados con cargos y dinero.
También a empleados públicos laboriosos y eficientes, y a profesionales serios y muy bien formados, pero éstos suelen estar bajo las órdenes de los  torpes y los incompetentes, porque España sigue siendo el paraíso de la chapuza y el cachondeo.
Ahora que ya se cayó el mito de la Santa Transición -aquella salida pactada para los franquistas y encabezada por el Rey, que era uno de ellos- va siendo hora de que derribemos también el de la entrada en la Unión Europea como un gran éxito de Felipe González, el mejor presidente de la historia de la derecha en España.
Los jóvenes del tardofranquismo y los primeros años de la democracia éramos europeístas porque identificábamos a Europa con la libertad, pero también con el trabajo bien hecho y la meritocracia. Y Europa nos invadió a partir de 1985 de dinero, carreteras, trenes y programas inversores, que en buena parte alimentaron redes clientelares y corrupción. Pero esa cultura del trabajo que viene del calvinismo, el estímulo a los buenos trabajadores, la racionalidad en la toma de decisiones y la eficacia de la cadena productiva siguen sin atravesar los Pirineos.
Aquí, si caes enfermo, mejor si tienes un primo empleado en el hospital, que te evitará las listas de espera. Para currar, la formación y la calidad siguen sin poder competir con un buen enchufe, al que apela todo españolito, que para eso no hay distinciones ideológicas. Y si quieres progresar en tu trabajo nada mejor que callar, obedecer y hacer la pelota a los que mandan, que fue lo que ellos hicieron antes.
España se hizo demócrata sin demócratas e ingresó en la Unión Europea sin entrar en Europa, como los malos estudiantes que pasan por la Universidad sin que la Universidad pase por ellos. Por eso el país sigue en manos de políticos prevaricadores, alcaldes feudales elegidos por el pueblo, caciques decimonónicos avalados por la democracia y toda una red, inmensa y asfixiante, de empresas e instituciones parasitarias donde se accede a dedo y no se exige más que fidelidad al benefactor. Mala administración ésta de la Administración española, donde se imponen la dedocracia y los nombramientos políticos, como demuestran en Asturias las continuas sentencias judiciales que condenan al Principado, sin que nadie asuma sus responsabilidades jamás ni tampoco se corrijan prácticas tan aberrantes.
Cuando los socialistas arrasaron en las urnas en 1982 se les brindó la irrepetible oportunidad histórica de modernizar el país y enterrar sus vicios ancestrales. Dijeron que el cambio consistía en que España funcionase e iba a ser de tal calibre que no la iba a conocer ni la madre que la parió, según Alfonso Guerra. Pero los que cambiaron fueron ellos y, cuando se fueron, lo hicieron con las manos tan manchadas de basura y putrefacción que ni el padre Pablo Iglesias los hubiera reconocido como hijos suyos.
Mucho más que hacer autopistas y AVES, modernizar España es un reto moral pendiente, en un país donde por arriba robar siempre fue tradición y por debajo reina la picaresca. Será por el pésimo ejemplo, que los mandados tiendan a imitar a los que mandan. “Dios te de salud y un amo a quien servir”, me dijo un día una vieja.
La revolución en España es aplicar esa regeneración moral que lleva pendiente desde la II República, cuando se quiso acometer y aquello acabó en un baño de sangre. Luego regresaron de las catacumbas con la democracia los socialistas, que se decían herederos de la Institución Libre de Enseñanza, pero eran cuatro gatos y abrieron la puerta a una legión de trepas, oportunistas y vividores de lo público, que hicieron del partido un inmenso comedero que se resiste a la crisis, pese a las derrotas electorales
Echaron a los socialistas, por corruptos, y España seguía sin funcionar, aunque Felipe González, el asesor de Gas Natural y Carlos Slim, tenga ahora la osadía de darnos lecciones de gobernabilidad, que viene a ser como si José Mourinho las impartiera de diplomacia y discreción.
Hecho el trabajo sucio a la derecha por parte de Felipe González, el mejor político conservador de la historia nacional, sus sucesores ya nunca se volvieron a acordar de que España tenía que funcionar. Los trenes seguían llegando con retraso, en las ventanillas públicas nunca se olvidó el “vuelva usted mañana” y a los jefes nunca se les exigieron más méritos que la obediencia debida y la incompetencia manifiesta, pero los bolsillos estaban llenos y en eso creía el personal que consistía la modernidad.
¿España en crisis? España no funciona, como siempre. Lo que pasa es que ahora no hay ni pasta para correrse una juerga. Y a nadie se le ocurre otra chapuza para salir de ésta.

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