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Los escritos de Alejandro Nieto revelan un profundo respeto a la 
función pública y a la administración del Estado. Quizá eso haya llevado
 a este expresidente del 
Consejo Superior de Investigaciones Científicas
 a elevar su voz contra lo que denomina "desgobierno de lo público", un 
intento deliberado del Poder por pervertir el correcto funcionamiento 
del servicio público. "Suceden cosas tan graves, que no me creen cuando 
las cuento", afirma con resignación. Según él, "los medios son los 
únicos que tienen cierta influencia para cambiar el estado de las 
cosas".
 
“EL ESTADO QUIERE QUE LA JUSTICIA SEA UN CAOS Y LO HA CONSEGUIDO”Quizá
 por este motivo usted ha escrito que “no existe una esfera pública 
libre y despejada sino intensamente desgobernada”. ¿Nuestro Estado está 
desgobernado?  Sí, y lo afirmo con rotundidad: las cosas se
 hacen mal no sólo por incapacidad, sino porque deliberadamente se 
quiere que funcionen mal. Esto es lo más grave. Basta ver el estado de 
nuestra justicia. Se supone que los jueces están, entre otras cosas, 
para controlar el funcionamiento de la administración del Estado. Pero 
la Administración de Estado, que nombra a los jueces, no tiene el más 
mínimo interés en que la justicia funcione. Es más: lo que quieren es 
que haya un caos. Pues bien: lo han conseguido. Provocan el caos con 
toda intención para no estar controlados; lo mismo la 
Fiscalía, los inspectores...
Eso sólo puede derivar en más corrupción...Lo
 curioso es que con las leyes en la mano es imposible cometer el menor 
fraude. Detrás de cada número y cada movimiento que hay en la 
administración hay cinco funcionarios vigilando. ¿Qué pasa entonces? Muy
 fácil: que no quieren que esos funcionarios controlen. A través de unas
 medidas de desgobierno se les coloca en una situación tan caótica que 
no pueden controlar. De manera que la administración, aunque está 
formalmente muy reglamentada, no puede cumplir su misión.
¿Cuáles son esas medidas de desgobierno a las que usted alude?Hay
 muchas. Te cito solo algunas. La primera ya la hemos comentado: 
introducir en la administración a individuos mal preparados. Segunda, 
imponer a aquellos funcionarios encargados del control obligaciones 
distintas que les agobien por completo; tercera, premiar con ascensos y 
destinos a aquellos funcionarios que hacen la vista gorda. Cuarta, 
distribuir mal el trabajo, de manera que los funcionarios que ejerzan de
 interventores no tengan ni siquiera tiempo material para revisar las 
cuentas, sino solo para firmar en blanco todo lo que le ponen. No les 
quitan el trabajo, pero les ponen en condiciones de que sea imposible 
cumplirlo a carta cabal. Si además se premia a aquellos funcionarios que
 hacen la vista gorda, al final tenemos un bloqueo efectivo del control.
 La lista puede ser mucho más larga.
¿Los sindicatos no ejercen un contrapeso a estos abusos?En
 términos generales, el sindicato de funcionarios públicos funciona 
aceptablemente bien, sobre todo si lo comparamos con los otros 
sindicatos. Pero en este aspecto no pueden hacer nada. Lo denuncian 
todos los días, ¡docenas de veces! Pero no pasa absolutamente nada. Yo 
mismo llevo hablando de esto y denunciándolo públicamente en libros 
desde 1980; ¿ha pasado algo? ¡Nada! Quienes desconocen la situación, no 
me creen cuando se las cuento. Creen que exagero. Lo toman como si se 
tratase de una novela truculenta. Pero los que están dentro saben que me
 quedo corto. No se cuenta ni la cuarta parte de lo que ocurre.
“SE HA TENIDO QUE TIRAR UNA SEÑORA POR EL BALCÓN PARA QUE LOS POLÍTICOS TOMEN MEDIDAS POR LOS DESAHUCIOS”¿Y qué hacen quienes tienen que decidir, que entiendo son los políticos?Sencillamente
 lo ignoran. Los únicos que tienen algo de influencia (y es una 
influencia puntual) son ustedes, los medios de comunicación. Por poner 
un ejemplo actual y desgraciado, mire lo que ha pasado con los 
desahucios. ¿Quién no sabía que había desahucios todos los días? Ha 
tenido que tirarse una señora por un balcón en circunstancias extrañas, 
con la consiguiente repercusión mediática, para que los políticos se 
hayan puesto a tomar medidas. Pero lo que digan los funcionarios 
protestones no tiene el más mínimo efecto.
¿Y la sociedad, qué? ¿Está un poco anestesiada?¿Dice
 un poco? ¡Muy anestesiada! Dicho lo cual, no merece la pena ponerse a 
pedir responsabilidades “a la sociedad”, así, en general, porque eso es 
como hacer un brindis al sol. Además, la sociedad no tiene criterio para
 discernir qué errores de la administración son pequeños y cuáles 
gravísimos. A veces los medios dan la misma relevancia a un caso muy 
importante que a una corruptela menor. Algo parecido ocurre con las 
huelgas. Cuando son esporádicas se da por supuesto que nos encontramos 
en una situación grave. Pero si las huelgas y manifestaciones ocurren 
todos los días, la gente pierde el sentido de la proporción.
“ES UN ERROR PENSAR DE ENTRADA QUE LA GESTIÓN PRIVADA ES MEJOR QUE LA PÚBLICA”¿Está de acuerdo con la gestión privada de lo público, como se está planteando en algunos hospitales públicos?No
 tengo nada ni a favor ni en contra. Sobre el papel todos son buenos. El
 problema no son los modelos, sino cómo se llevan a cabo. El mejor 
modelo puesto en manos de incapaces y corruptos, sobre todo si están en 
connivencia con quienes le han dado esa gestión, sería un desastre. Se 
quedarían con la mitad de los recursos. Y sucedería al revés, un modelo 
que sobre el papel es poco loable pero que cae en manos competentes. Si 
usted me pregunta, ¿es buena la privatización? y lo le contesto: 
“Póngame una enfrente para que yo puede ver en concreto cómo funciona”. Y
 entonces le diré si estoy a favor o en contra.
Lo pregunto porque no poca gente entre la clase política plantea las privatizaciones como solución a los problemas.Porque
 parten de un error anterior. Creen que la administración pública 
gestiona peor que la empresa privada. Eso no tiene por qué ser así 
necesariamente. Hay administraciones públicas que funcionan igual o 
mejor que las privadas. Pero si la administración pública está en manos 
de incompetentes, está claro que cualquiera lo hará mejor. Muchos 
políticos razonan así: “como nosotros lo hacemos mal, vamos a 
privatizarla”. De acuerdo, puede ser una solución. Pero otra podía ser: 
“oiga, ¿y por qué no lo gestionan mejor, ya que está en sus manos?” Lo 
que pasa es que a muchos les encanta privatizar, sobre todo si de paso 
se llenan algunos bolsillos particulares. Claro, así es lógico que digan
 “¡bendita privatización!” ¿no?
 
“SE HA LLEGADO A FALSEAR LAS OPOSICIONES PARA AYUDAR A AMIGOS O PAGAR FAVORES POLÍTICOS”Usted sostiene que estamos asistiendo “al desmantelamiento de la función pública”. ¿Desde cuándo ocurre esto?Desde el momento en que se pueden nombrar 
empleados
 públicos sin pasar por el tradicional sistema de oposiciones. Todavía 
hay oposiciones, pero ya no es el único medio de entrada al empleo 
público. Con los nombramientos “a dedo” se han creado puestos de trabajo
 sólo para favorecer a amigos o para pagar favores políticos. Incluso 
falseando el mismo sistema de oposiciones.
Falseando, ¿cómo?Por
 ejemplo, otorgando más puntos a aquellos que ya han trabajado un tiempo
 en el sector público, aunque en su momento hayan sido puestos “a dedo”.
 De manera que estos últimos parten con una enorme ventaja respecto a 
otros que no han tenido esa oportunidad pero que sí están muy bien 
preparados para el examen de acceso.
¿Eso no es un fraude a todos los funcionarios y a toda la sociedad?En
 términos generales, se nota que los funcionarios por oposición están 
mejor preparados que los que no han pasado por ella. Pero esto no se 
puede decir en términos absolutos, porque también hay empleados públicos
 muy válidos y profesionales y funcionarios que son incapaces y vagos.
Sea como sea, el gasto que todo esto supone al contribuyente es enorme.Sí,
 sobre todo si los empleados públicos no están bien preparados y no han 
pasado por la vía estrecha y áspera de las oposiciones. No hay garantía 
de que tengan el mínimo de conocimientos. Esto repercute en toda la 
administración pública: baja la calidad del servicio y se produce una 
desmoralización entre aquellos que se han capacitado y ven que no les 
sirve para nada.
“A FINALES DE LOS SETENTA SE NOS DIJO QUE LAS AUTONOMÍAS NO IBAN A COSTAR NADA”Lo que todo el mundo dice ahora es que hay demasiados funcionarios. ¿Es así?Siempre
 se ha dicho que hay demasiados empleados públicos, pero lo cierto es 
que ahora hay muchísimos más que antes. La reorganización del Estado que
 trajo la Constitución de 1978 disparó el número, cosa que entonces se 
negaba una y otra vez. Se dijo que no iba a costar nada, que se trataría
 simplemente de una transferencia de los empleados estatales a las 
Comunidades autónomas y que no habría que aumentar su número.
¿Y la gente se lo creyó?Eran
 unos momentos de tantas esperanzas como caos. Efectivamente, muchos lo 
creyeron. La realidad resultó distinta: cuando se discutían qué 
servicios seguirían dependiendo del Estado central y cuáles pasarían a 
las comunidades autónomas, muchos funcionarios no quisieron pasar a 
depender de las comunidades.Y éstas tampoco quisieron recibir a los 
antiguos funcionarios del Estado. Prefirieron meter nuevos empleados 
públicos.
¿No se dieron cuenta del peligro que eso suponía a largo plazo?Al
 principio no les pareció tan grave que se duplicara cierto número de 
empleados, y que algunos funcionarios estatales se quedaran sin nada que
 hacer. Se pensó que unos se jubilarian pronto y que al resto se les 
podría recolocar en otros destinos. Eso no fue lo más grave todo.
¿Y entonces qué fue?Que
 los entes autonómicos empezaron a crear más plazas de empleo público 
hasta cifras increíbles: consejerías, empresas públicas, diputaciones.. 
No es que el empleo público aumentase un 10, un 25 o un 50 por ciento...
 ¡es que se llegó al 400 por ciento! Lo cual significa un coste fabuloso
 que no fue acompañado de un aumento de efectividad. Dejó de ser un 
problema de administración para convertirse en otro de naturaleza 
política.
 
“LA TENSIÓN ENTRE PARTIDOS POLÍTICOS Y SOCIEDAD TIENE DIFÍCIL SOLUCIÓN, QUE SE LLAMA HONESTIDAD”
Usted habla en sus libros de un enfrentamiento ideológico dentro de la sociedad.Ocurre
 el siguiente fenómeno. Por una parte, la gente no quiere saber nada de 
política. Se siente engañada. Hay un desencanto general. Pero por otra 
parte, aquellos que sí están interesados en política, lo están de una 
manera apasionada, de uno u otro signo. Provocan tensiones tremendas que
 contrastan con la indiferencia total de una gran parte de la población.
 Eso se refleja en los bloques de absentismo tan grandes que vemos en 
las 
elecciones. Mientras a unos todos les da igual, otros se insultan.
No hemos hablado de ellos directamente, pero entiendo que no tiene muy buena oponión del papel actual de los partidos políticos.Efectivamente.
 Cuando no había partidos políticos todos creíamos que ellos iban a 
arreglar los problemas, pues el pueblo nombraría a sus gestores. Pero 
hoy vemos que los partidos no escuchan al electorado: sólo le halagan 
para obtener su voto. No hay conexión entre elector y partido.
Pero a la vez las encuestas indican que queremos partidos porque son necesarios para la democracia.Esta
 tensión tiene un difícil arreglo, que se llama honestidad. Y esto, en 
política es fruta rara. Los partidos deberían de ser un mero 
instrumento, pero ellos se consideran un fin en sí mismos. Quieren ganar
 las elecciones para ocupar el Estado, dar trabajo a los suyos y 
llenarse el bolsillo. Para eso necesitan votos, y tratan de conseguirlos
 aunque tengan que hacer lo contrario que lo que han prometido. Ponen su
 voluntad por delante de los ciudadanos
Es un problema ético, entonces.Sí, pero hablar de eso nos llevaría hasta altas horas de la noche.