Isabel Carrio Montes, médico internista (Hospital San Agustín), Gijón
LNE 16/02/2016
Estoy indignada, enfadada, cabreada y hastiada. Siento ira, desencanto
y frustración. Una vez más la principal ciencia y meritaje de nuestros
días, el dedismo, ha vuelto a marcar su destacado papel en nuestra
simple y llana cotidianidad. Y es que no, no sólo es atributo de las
grandes cabezas pensantes y corruptas de nuestros representantes
públicos en Madrid, no, claro que no, faltaría más.
Desde hace muchos meses, incluso años, a los socialistas se les llena
la boca, aquí, en Madrid y en cualquier parte, vociferando contra la
corrupción y la prevaricación, pero al final terminan defendiendo la
misma actitud que aquellos a los que justamente se la recriminan.
Este viernes me he enterado del enésimo caso que demuestra, una vez
más, que el enchufismo es la lotería de la mediocridad y/o la
inutilidad. La verdad es que no entiendo cómo podemos consentirlo y
precisamente porque no me resigno a ello hago público mi rechazo y deseo
que mis pacientes se enteren del porqué de mi desmotivación.
A ningún director, a ningún gestor, a ningún alto cargo de nuestra
administración sanitaria parece importarle ni un pimiento la calidad ni
la seguridad de la atención médica, en mi Servicio vivimos desde tiempo
inmemorable en la más absoluta precariedad, siempre con la soga al
cuello, siempre corriendo, siempre a destajo y al final ni agradecidos
ni pagados. Los principales afectados son los propios pacientes, que
encima nos ven a los médicos como responsables de todo sin reparar,
entre otras cosas porque nadie se lo ha dicho, que sólo somos meros
peones sometidos a la presión de la incertidumbre de una ciencia
inexacta, bonita y agradecida cuando las cosas van bien, pero ¡ay!
estresante e insatisfactoria cuando los resultados no son los esperados
tanto para los pacientes como para los gestores.
Además de una sobrecarga perpetuada y siempre minusvalorada por
nuestros mandos, se añade una vez más el desencanto de ver cómo los más
inútiles son premiados con carguinos a dedo que lo único que requieren
de preparación son unas buenas almorranas para apoyarse en ellas e
incubar en un gran sillón de su despacho de coordinador sus enormes
huevos, inflamados por estar toda una vida tocándoselos. Ah, eso sí,
cobrando sueldos que podrían ser utilizados para mejorar de verdad la
asistencia sanitaria.
Estoy harta de directores, gestores, coordinadores, caciques,
mamporreros, capataces y demás vagos ineptos de nuestros entorno, y no,
no me da la gana recurrir a Madrid o a las altas esferas para ver
ejemplos. El que se dé por aludido es que debe estarlo. Estoy HARTA de
que las comisiones de servicio sean el billete en business del que tiene
amiguitos para que le coloquen en cargos o plazas inmerecidas cuando
fue un recurso dispuesto en la ley para cubrir necesidades reales y no
una moneda de cambio entre politicastros y amiguismos.
He de confesar que ya a los 13 años deseaba fervientemente y con gran
vocación ser médico y hoy veo lamentablemente que todo aquello por lo
que luché se ha esfumado, y sólo pienso en sobrevivir en un mundo hostil
donde a cada minuto tienes que mirarte la espalda por si alguien te ha
apuñalado, eso sí a traición, jamás a la cara. Por eso me rebelo, por
eso no me callo, por eso digo a mis pacientes que si a veces me ven
cansada y abatida no se extrañen, ellos van a ser los mayores
perjudicados, porque desde luego mi motivación y mi interés se han
desinflado y aquella ilusión de la adolescencia ya no existe.
Como tampoco quiero ser totalmente tremendista, voy a dejar un
resquicio para la esperanza. Ahora mismo el Servicio de Urgencias del
Hospital San Agustín está libre de ataduras, libre para comenzar una
nueva etapa, libre para volver a ilusionarse y a ilusionarnos, con
personas que lo conocen desde hace muchos años, más que válidas para
llevar a cabo proyectos esperanzadores y que nos beneficien a todos.
Proyectos que su recién huido coordinador, ahora ascendido por
enchufismo reiterado, ni siquiera comenzó ni en los sueños que tenía
mientras roncaba en el sillón. Ahora es un buen momento para tomar las
riendas y desde el conocimiento del Hospital, desde la valía y el
esfuerzo, espero que alguno de mis compañeros urgenciólogos pueda no
sólo renovar la asistencia urgente sino que pueda hacernos olvidar una
época de miseria y de ostracismo, fomentando la colaboración con los
servicios y en lo que a mí respecta con Medicina Interna.
Espero que ahora se haga valer la capacidad y el mérito, y no
volvamos al pozo del redicho si, es muy válido pero no es de los
nuestros, no es del partido, o peor todavía ese pero si ese del SIMPA,
¡por Dios! Como sea así, compañeros, ahí me tendréis frente a las
barrricadas, dispuesta a luchar en nuestro hospitalín, codo con codo por
evitar que nos lo conviertan en un coto privado de paracaidistas
enchufados o en un territorio comanche.
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