Los grandes titiriteros de la corrupción (II)
En las dos legislaturas aznaristas, Florentino pasó de ser empleado de los March a principal accionista individual de ACS y presidente del Real Madrid
Florentino Pérez
Luis Grañena
Luis Grañena
24 de
Febrero de
2016
Esta semana Rus y
Barberá; la semana anterior Rodrigo Rato, y todos nos preguntamos ¿quién
vendrá a continuación? Atrás quedan los años en que España era una
fiesta: Valencia era Fórmula1, Rita y Camps conduciendo un flamante
Ferrari; era Madrid en manos de Gallardón, convertida en capital mundial
del hormigón, túneles y edificios de altura para recibir a los JJOO;
eran las fastas celebraciones en el mercado de Valencia, Demi Moore y
Rita Barberá mezcladas, gambas e hidrógenos de El Bulli para despedir a
veloces fragatas que partían rumbo a la Copa América; y, como último
destello, Rato tocando la campana del éxito en la salida a Bolsa de
Bankia. Dinero y política bailaban al ritmo de rock and roll.
Hoy, la música ha cesado y la oscuridad ha sumido a los hijos del
milagro económico, con una cantidad ingente de cargos –que entonces
tenían la máxima responsabilidad en ayuntamientos, diputaciones o
gobiernos– desfilando por los tribunales.
Hay un elemento concomitante en la mayoría de casos de
corrupción recientes: una orden de arriba basada en alimentar y
desarrollar una clase capitalista afín. Para ello, existía una
estructura, una jerarquía y un aparato subordinado a la causa. En
Alicante o Valencia se dio alas a Ortiz y Correa, en Madrid a Marjaliza.
El PP se ponía así a disposición (por un módico precio, del 3% al 10%)
de la noble causa de crear nuevos ricos, flamantes riquezas con yate que
fueran la envidia de Europa, del mundo.
Se puede diferenciar entre dos tipos de ricos:
aquellos en que la lealtad del grupo que lo conforma recae finalmente en
el parentesco (como sucede con los Villar-Mir, los Calvo-Sotelo, los
March y los Entrecanales, entre otros) y en menor medida en la afinidad
personal (con el Rey, Aznar, Rajoy), y otros cuya unidad recae en
pertenecer a una casa (en el sentido de Levi-Strauss), en la
cual la sangre, el parentesco no actúa como elemento determinante de
alianza entre los integrantes (como sí ocurre en el clan), sino que
otros elementos cobran mayor importancia: la casa, una arquitectura
“simbólica” que proyecta el fetiche de una alianza amplia, en este caso,
un conjunto de personas aunadas por consejos de administración,
conseguidores, medianas empresas y empresas del Ibex35 que quedan
centralizadas por la estructura del partido y, simbólicamente, por
Génova, 13.
La estrategia de erigir una casa capitalista
con Génova como epicentro se remonta al proyecto quijotesco de un joven
madrileño que soñaba con una España verdaderamente capitalista, con
grandes empresarios capitalistas afines que desplazaran a la endogámica
burguesía industrial y financiera vasca y catalana y evitara la
existencia de un Estado fuerte (potencialmente socialista). Como dijera
Aznar en 1979 en un artículo sobre las amenazas del nuevo régimen
constitucional del 78 (publicado en el periódico La nueva Rioja):
“No sabemos si nuestra economía va a ser de libre mercado o, por el
contrario, va a deslizarse por peligrosas pendientes estatificadoras y
socializantes“.
Eran tiempos en los que Reagan y Thatcher preconizaban
el fin del comunismo, la URSS invadía Afganistán y, mientras tanto, en
España, el régimen que murió en la cama se movía ligeramente para dar
paso a nuevos actores, para temor de sus protegidos.
El PP se puso a disposición de la noble causa de crear nuevos ricos, flamantes riquezas con yate que fueran la envidia de Europa, del mundo.
En aquellos momentos, algo similar –aunque antagónico
en la forma– se gestaba en aguas del PSOE. En 1981, en el congreso XXIX,
el ideólogo de la nueva política económica, Carlos Solchaga (hoy en
Zeltia), presentó las líneas maestras de su política económica en una
ponencia que causó revuelo generalizado. Años después, ya en el gobierno
como ministro plenipotenciario –junto a acólitos como Guillermo de la
Dehesa (hoy, en el Santander)–, pudo desarrollar su proyecto: la
apertura al capital privado de las grandes empresas españolas tras una
paulatina privatización que permitiría entrar en la partida del
capitalismo global (en la fase de concentración global), pero con el
capital y control del Estado (gracias a la “acción de oro”) y sus
tecnócratas.
Era la llamada “cogestión” o “codeterminación
paritaria”, y pretendía importar el modelo de François Mitterrand de
privatizaciones y nacionalizaciones parciales (en 1982 nacionalizó
SMH-Alcatel, cuyo presidente y director general fue su hermano Robert
Mitterrand). Las empresas de capital estatal actuarán bajo la dirección
de los “hombres de Solchaga”, primero desde Industria y luego desde
Economía y Hacienda. Era la ‘casa Solchaga’, que no dependía de un
partido, sino de un ministerio, y del liderazgo del entonces ministro.
Pero el proyecto de grandes empresarios y tecnócratas
duró hasta 1996. Tras la victoria de Aznar en las elecciones de ese año,
el proyecto del hombre que se fotografió disfrazado del Cid Campeador
echó a andar. Tras la conquista del Estado, se constituye la “casa
Aznar”: con Miguel Blesa, su fiel escudero, y Rodrigo Rato como su mano
derecha en el partido, más sus aliados en el Consejo de Ministros, y
Francisco González, Juan Villalonga, Florentino Pérez y otros en el
sector privado.
El favor de los comunicadores del franquismo
La primera conquista tenía como objetivo superar las
glorias de la saga Aznar, grandes figuras de la España victoriosa en
1936, en la que destacaron como juristas, diplomáticos, pero ante todo,
como periodistas y directores de grupos de comunicación durante el
franquismo (La Vanguardia, SER y RNE). Se trataba entonces de modernizar esa
gloria, construyendo un imperio privado de medios de comunicación, al
estilo de la cadena FOX de Rupert Murdoch (de cuya empresa matriz será
consejero tras su salida del gobierno), que pudiera rivalizar con los
ideologizados RTVE y El País.
Un primer indicador que apunta a esta tesis
es el destino de Blesa, quien pasa de ser inspector de Hacienda a ser
nombrado consejero en Antena 3 en 1996. Fue la primera incursión del
clan en su intento de conseguir su propio holding afín: primero lo
conseguiría, vía BOE, con RTVE y Telemadrid; después, pensando en el
largo plazo, con el nombramiento de varios amigos en sectores
estratégicos.
Un paso esencial para los objetivos de la ‘casa Aznar’
fue colocar al amigo de Aznar y Rato, a “Paco” González, como
presidente de Argentaria antes de su privatización y convertirlo, tras
la fusión con el BBV, en presidente de la resultante BBVA (desplazando
un año después del cargo de copresidente a la saga de banqueros vascos,
los Ybarra), la mayor entidad financiera española del momento. Con este
movimiento, ya sólo le quedaba posicionar al que fuera compañero de aula
en el colegio de El Pilar, Juan Villalonga, en la joya de la corona del
Estado, Telefónica, la empresa española de mayor capitalización
bursátil entonces. Con él compartía amistad y afición desde la época de
colegio en El Pilar: “Los dos vivíamos para jugar al fútbol”, cuenta
Aznar en sus memorias.
Ya totalmente privatizados, BBVA y Telefónica serán
desde entonces compañeros inseparables (BBVA es, hasta ahora, accionista
de referencia de Telefónica), de proyectos tan deficitarios como Terra.
En 1997, la Telefónica de Villalonga cumplirá el objetivo de Aznar
fundando Vía Digital, introduciéndose así en el mercado de la televisión
para enfrentarse cuerpo a cuerpo al denostado capitalista socialista,
Jesús de Polanco. Daños colaterales del “proyecto Villalonga” son las stock options (opciones
sobre acciones) que se embolsó por varias operaciones: por la compra de
Lycos, la salida de Terra a Bolsa, la utilización de información
privilegiada previa a la alianza con MCI-WorldCOM, o en la compra por
5.500 millones de Endemol, que llevó al juez Baltasar Garzón a abrir una
investigación, casos que hoy siguen sin esclarecerse.
Para cumplir los sueños de Aznar fue crucial Florentino Pérez: concejal de Madrid por UCD, alto cargo en Transporte, Turismo y Telecomunicaciones, y luego integrado en Alianza Popular
Aznar no sólo soñaba, cual Quijote, con conquistar los
terrenos y riquezas de moros y herejes para repartirlos con su fiel
escudero y sus acólitos. Era un proyecto de una nueva España, con un holding
que pudiera sostener una cosmovisión a largo plazo, más allá de su
presencia “física” en el gobierno (pues renunció tempranamente a una
segunda reelección): fútbol y construcción, obras, vacaciones en la
playa, la segunda casa. Era la ampliación del sueño franquista de Fraga.
Una nueva sociedad sin política, que viera en el cemento y los triunfos
nacionales de la selección a una nueva España, sin fisuras, superadora
de la guerra civil y la dictadura.
Para ello fue crucial la figura de Florentino Pérez,
el que fuera concejal en el Ayuntamiento de Madrid por UCD, alto cargo
en el Ministerio de Transporte, Turismo y Telecomunicaciones, y promotor
del PRD junto Miquel Roca i Junyent (hoy defensor de la infanta
Cristina en el caso Noos y consejero de ACS), posteriormente integrado
en Alianza Popular. Su imperio en la construcción comienza en 1983, con
la compra por 5 millones de pesetas de Padrós S.A. reconvertido a partir
de 1996 en el brazo industrial de la ‘casa Aznar’. Un recetario que
recuerda mucho al de Villar Mir, con una empresa de construcción en
quiebra, una lista de contactos y un padrino, en un caso el rey o Rajoy,
en el otro Aznar (y Esperanza Aguirre como lugarteniente).
El imperio ACS es fruto, además, de la unión de Pérez
con tres familias capitalistas, los Urquijo, los March y los Albertos.
Los primeros cedieron OCISA por 1 peseta la acción a Padrós S.A,
formando así OCP. Los segundos llegaron cuando Aznar estaba en la
presidencia del Gobierno y Florentino Pérez era presidente de OCP. Los
últimos aportaron los activos de su empresa Imex en 1997, entrando en su
accionariado.
Florentino le debe mucho a Aznar, a Blesa y a Madrid.
En las dos legislaturas de Aznar pasó de ser empleado de los March a
principal accionista individual de ACS y presidente del Real Madrid. Su
dependencia de la “casa Aznar” viene por tres vías: Caja Madrid,
Comunidad y Ayuntamiento de Madrid, Gobierno nacional. A la rescatada
entidad madrileña le tiene que agradecer ser su principal mecenas en su
política de compras, desde la financiación de la compra de Dragados (450
millones) que catapultó a ACS a la cima, a la compra de un paquete
accionarial de Iberdrola (1.100 millones) en 2003, ampliado en 2006
(2.058 millones), o para financiar la compra de jugadores del Real
Madrid como Cristiano Ronaldo (76,5 millones).
Como contraparte, para sellar la alianza con Caja
Madrid, Blesa entra en 2003 en el consejo de administración de ACS.
Posteriormente, tras su salida de Caja Madrid a finales de 2009
--sustituido por Rato--, se renueva la alianza con la entrada de quien
aprobaba los créditos y préstamos a ACS, el director de finanzas de Caja
Madrid, José Carlos Contreras, en el consejo de ACS en 2011. Bankia,
además, es una de las entidades que han financiado a Florentino Pérez
las compras personales de acciones de ACS que le han convertido en el
accionista principal. El constructor adeuda a varias entidades
financieras 420 millones de euros (a través de su sociedad Inversiones
Vesán).
El Estado en obras y el imperio de compras: la alianza Blesa-Pérez
En cuanto a la Comunidad de Madrid y
al Ayuntamiento, Pérez les tiene que estar agradecido por la
adjudicación de un sinfín de obras de grandes infraestructuras, con
sobrecostes incluidos: el mayor, el soterramiento de la M30 de
Gallardón, adjudicado por 2.500 millones, y un coste final de 6.500
millones, más del doble, y con un coste de mantenimiento anual de 125
millones de euros, abonados por el ayuntamiento a ACS y Ferrovial. La T4
del aeropuerto de Barajas, que finalmente costó 6.200 millones frente a
los 541 por los que se adjudicó (estaría destinada a una aerolínea
Iberia, participada por Caja Madrid, luego privatizada).
De la obra de Barajas diría Aznar que era “el plan más
ambicioso puesto nunca en marcha en España”. A Esperanza Aguirre,
lugarteniente de Aznar, Pérez le debe la adjudicación (bajo la fórmula
público-privada) de las obras de los intercambiadores de Plaza de
Castilla y Príncipe Pío (y la explotación del de Avenida de América),
que supusieron una inversión de 199 millones, o la construcción del
hospital de Majadahonda por 245 millones (al que se sumó, por orden de
Madrid, el hospital de Son Dureta en Mallorca, una concesión de 31 años
con una inversión de 778 millones).
El amor por el hormigón y el cemento unió a Esperanza y
Florentino también en el terreno de la concesión de carreteras en
Madrid, quedándose ACS con el dulce más preciado, la construcción de las
carreteras radiales R3/R5 y M50 y la explotación de la R2, por lo que
cobraría en total 1.073 millones. Hoy todas las autopistas radiales
están en quiebra y pendientes del rescate por parte del gobierno.
La pugna entre Esperanza y Gallardón en el
Ayuntamiento llevó a la casa Aznar a optar por un valor seguro para
continuar con el imperio: colocar a Ana Botella como alcaldesa. Aunque
no pudo entregar a Florentino el primer contrato integral de servicios
de 1.700 millones, Botella dejó firmados en 2014 varios contratos: un
segundo contrato integral por valor de 645 millones para el alumbrado
público de la zona centro y oeste de la ciudad; y la recogida de basuras
en la zona periférica de Madrid (72,6 millones). Con la entrada de
Carmena y el PP en la oposición, quedó en vilo el contrato que pretendía
unificar la recogida de basura en la zona centro y periferia, que se
elevaría a 1.000 millones de euros. La jugada contemplaba que Florentino
arrebataría a FCC la recogida en el centro. Hasta ahora, está pendiente
de salida a concurso.
El de Blesa fue el consejo de las preferentes, de la salida a Bolsa y del maquillaje de cuentas y folletos, hechos por los cuales Bankia tendrá que devolver 1.400 millones al Estado
Equiparable fue el ascenso de Blesa; en su caso, hacia
la cúspide financiera. El amigo de correrías universitarias de Aznar,
compañero de oposiciones y vecino en Logroño, consiguió desarrollar una
carrera como oligarca. Antes, le había suplido por momentos Francisco
González, pero pronto cedió el cetro a Blesa. Gracias al control de éste
sobre el total del capital de Caja Madrid, entró en el capital de
Iberia, luego en Mapfre, en Indra, en SOS. En total, en su punto álgido,
en 2010, antes de su conversión en Bankia, Caja Madrid participaba como
accionista en cinco sociedades del Ibex35 (Indra, BME, Mapfre, Iberia y
Ebrofoods).
El imperio financiero de Blesa tuvo sus altibajos con
su salida, pero finalmente se convirtió, en 2011, tras su conversión en
Rato-Bankia, en refugio de la casa Aznar: en su consejo estaban Mercedes
de la Merced (Concejal del PP de Madrid), José Manuel Fernández
Nornella (Secretario Estado Hacienda con el PP), José Rafael García
Foster (senador del PP), Ricardo Romero de Tejada (Alcalde del PP en
Majadahonda), Estanislao Rodríguez-Ponga (secretario de Estado de
Hacienda con el PP), Ángel Acebes (todopoderoso ministro del Interior,
de Administraciones Públicas, de Justicia y secretario general del PP
entre 2004 y 2008), José Luis Olivas (Presidente de la Generalitat
Valenciana por el PP), Jesús Pedroche (presidente de la asamblea de
Madrid y consejero de presidencia de la comunidad) y Rodrigo Rato
(Ministro de Economía y Vicepresidente del gobierno).
Era el consejo de las preferentes, de la salida a
Bolsa y del maquillaje de cuentas y folletos, hechos por los cuales
Bankia, hoy en manos del Estado (FROB), tendrá que devolver 1.400
millones. Y fue el consejo que firmó unas cuentas que daban unos
beneficios en 2010 de 195 millones, revisadas en 2011 y convertidas en
pérdidas por valor de 2.979 millones.
Posteriormente, en 2012, el consejo de Aznar firmó las
cuentas que revelaban las mayores pérdidas de una empresa española en
la historia: 21.545 millones de euros, pérdidas que superaban las de AIG
en 2007, la segunda entidad con mayores pérdidas de la crisis subprime, en un país con un PIB catorce veces mayor al de España. Otros daños colaterales
del proyecto fueron las 1.700 personas prejubiladas en 2012, y un
rescate que costó un ERE a 539 personas. Detrás de estos números, está
la mayor ofensiva de la casa Aznar para desafiar el statu quo
de la banca española. Pero todo valía en su intento de ser los nuevos
Rockefeller, y sustituir así a los tradicionales banqueros vascos y
catalanes. El Estado estaba para respaldar ese plan.
Disyuntivas de un clan ya asentado
Aznar pudo cumplir su cometido, construir una clase capitalista propia, que sobreviviera más allá de su partida física del gobierno. Ni Zapatero ni Rajoy han podido modificar totalmente ese statu quo.
El primero le abrió las puertas a Rato, permitiendo que escalara a la
cúspide del sector bancario como banquero de una entidad privatizada, y
el segundo los desbancó, cediendo la custodia del brazo financiero de
los Aznar a sus grandes colaboradores, el clan de Rajoy, formado por
fondos de inversión internacionales que antes representara Luis de
Guindos (ex Lehman Brothers). Rajoy ha molestado al clan de Aznar,
levantando la mano para darle parte de ese imperio a sus socios
coyunturales, al BBVA, Santander y los bancos-custodio que los poseen,
tan habituados hoy a la geografía española.
Hoy la aznarización de España siente el
aliento de los nuevos ayuntamientos y del próximo gobierno. No obstante,
unos contratos muy bien atados y la posición monopólica de estas
empresas son la garantía de supervivencia. Uno no puede enfrentarse a la
empresa de infraestructuras más grande del mundo. De ahí que Manuela
Carmena no haya tenido otra que adjudicar el servicio de ayuda a
domicilio para personas dependientes a Florentino Pérez. Son sólo cinco
millones de euros, pero también una muestra de la continuidad del poder
alcanzado en el paisaje político y económico español por la casa
(blanca) de Aznar, Blesa y Pérez.
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