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miércoles, 7 de octubre de 2015

Trabajadores públicos

 Luis Arias Argüelles - Meres

“Es de interés primordial para los españoles que el Estado acapare los mejores ingenieros, los mejores médicos, los mejores letrados, disputándoselos a la industria privada y a las profesiones libres. Abaratar la Administración no es criterio admisible, porque mientras siga siendo defectuosa e incapaz, por poco que cueste, será muy cara”. (Manuel Azaña).

No voy a ser nada tibio a la hora de pronunciarme sobre las polémicas que se están generando a resultas de la voluntad declarada del Gobierno municipal de Oviedo en el sentido de rescatar servicios privatizados. Se entiende perfectamente que los trabajadores que pertenecen a empresas contratadas por el Consistorio manifiesten su nerviosismo si ven peligrar sus puestos de trabajo ante la perspectiva de que el Equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Oviedo decida suspender, o, en su caso, no renovar el convenio vigente en este momento.

Ahora bien, seamos claros: la responsabilidad de su situación laboral no es achacable al Ayuntamiento de Oviedo, sino a la empresa privada a la que pertenecen. La misión del Consistorio –perdón por la perogrullada- es prestar servicios a la ciudadanía, y prestarlos con la mayor calidad posible.

Pero en modo alguno sería justo que, por una parte, el conjunto de los contribuyentes tuviese que pagar impuestos para dar beneficios a una empresa privada. Y, por otro lado, como el propio Alcalde se encargó de poner de manifiesto, para ser funcionarios de la Administración, han de cumplirse una serie de requisitos en los que no caben agravios comparativos.

Miren, hay que hablar claro: por una parte, en muchos ayuntamientos se vinieron llevando a cabo contrataciones de personal, sin haber convocado las oposiciones pertinentes, gracias al dedazo del alcalde o concejal de turno. Y esto se hizo también mientras, en la mayor parte de los casos, los sindicatos miraron hacia otro lado, sin pensar en las muchas personas cualificadas que hay en paro, pero que no están en posesión del carnet de partido, pero que no tienen la fortuna de tener vínculos familiares o afectivos con los mandamases de turno.

Y, por otro lado, como en el caso que nos ocupa, vino con fuerza una especie de tsunami privatizador que sirvió para que determinadas empresas hiciesen su agosto cada año, sin que ello implicase necesariamente una mejora en los servicios prestados a la ciudadanía; pero, sin duda, todo ello contribuyó a los endeudamientos insostenibles de muchos consistorios.

Trabajadores públicos para servir a la ciudadanía, para prestar servicios; trabajadores públicos para quienes debe regir la igualdad a la hora de concurrir a una plaza con su correspondiente concurso de méritos y oposición.

Y, ya puestos en esta tesitura, no estaría mal pensar en las personas desempleadas que, por titulación, podrían optar a una plaza en la Administración pública, personas desempleadas en las que nadie piensa, ni siquiera, en la mayor parte de los casos, unos sindicatos que se vuelcan más en quienes pueden pagar las cuotas, en tanto clientes suyos.

Lo que toca es dejar las cuentas claras y prestar servicios de calidad gracias, entre otras cosas, a un sistema de selección exigente, sin amiguismos ni clientelismos.

Y, perdón por la contundencia, pero no conviene olvidar que no es de justicia pedir privilegios a la hora de acceder a un puesto de trabajo, máxime en las administraciones públicas. Y contratar a dedo es una escenificación en toda regla de una apuesta por la desigualdad.

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