Javier Álvarez Villa
Revista Atlántica XXII
La transferencia masiva de la gestión de servicios públicos hacia empresas
privadas se ha sustentado en un gran engaño argumental. La clase política
institucionalizada dio por supuesto, con el apoyo incondicional de los
altavoces mediáticos del poder económico, que la gestión privada resultaba más
barata que la pública y que era más eficiente, ágil y de mejor calidad, frente
a la supuesta lentitud y desidia de las estructuras burocratizadas.
Dos premisas rotundamente falsas que, sin embargo, fueron calando como
lluvia fina en la mentalidad de los ciudadanos y ciudadanas a los que se
halagaba con el cortés tratamiento comercial de clientes.
El menor coste de la gestión privada de los servicios públicos en ningún
caso se justificó con informes solventes que sirvieran de motivación para los
procesos de contratación. Pero los estudios “a posteriori”, realizados después
de que se consumara la mercantilización de lo público, vinieron a desvelar la
impostura.
Así, por ejemplo, el informe del Tribunal de Cuentas de 28 de
noviembre de 2013 sobre la fiscalización del sector público local del
ejercicio de 2011, concluye que la gestión privada de la limpieza viaria,
del abastecimiento de agua potable y de la recogida de residuos sólidos tiene
un coste medio superior a la gestión directa realizada con medios propios de
los Ayuntamientos.
El servicio de limpieza viaria de los municipios tiene un coste medio de
18,01 euros por habitante, 16,23 euros si lo gestiona directamente el municipio
y 27,83 euros –un 71% más– si el servicio lo presta una empresa a través
de una concesión o concierto con la Administración; el servicio de abastecimiento de
agua potable tiene un coste medio de 46,83 euros por habitante, 44,10 cuando la
gestión es directa y 53,67 si está privatizado; y el servicio de recogida de
residuos sólidos urbanos tiene un coste medio por habitante de 48,76 euros,
42,55 euros en los casos en los que se presta con personal y medios de
titularidad municipal y 53,90 en los municipios en los que se presta por
empresas privadas.
Por lo que se refiere a la deficiente calidad de la gestión directa de los
servicios públicos, utilizada como coartada privatizadora, casi siempre fue
generada a drede por los gestores políticos, reduciendo las plantillas de
personal mediante la congelación de las ofertas de empleo público y cerrando el
grifo de las inversiones. En los últimos cuatro años asistimos a un caso
dramático de degradación intencionada de la sanidad pública, cuyo presupuesto
se redujo en 10.000 millones de euros entre los años 2009 y 2013 (el 16,3 %),
mientras crecían exponencialmente las listas de espera en los hospitales. Los
datos aparecen en un informe del Ministerio de Hacienda, hecho público a
comienzos del presente año 2015, conforme al cual el gasto sanitario de las
Administraciones Públicas fue en 2013 de 63.006 millones de euros, 9.933 menos
que en el año 2009. En términos de PIB, 0,8 puntos porcentuales menos.
Los procesos de privatización de los servicios públicos han encarecido el
coste para las arcas públicas, empeorando la calidad de muchas prestaciones y
deteriorando las garantías jurídicas de los usuarios. Además, son un grave foco
de corrupción y clientelismo laboral.
La privatización de los servicios municipales de abastecimiento de agua, por
poner un ejemplo muy significativo, ha caído en poder del duopolio formado por
Agbar, controlada por el grupo francés Suez Environnement SA y la constructora
FCC, cuyo accionista mayoritario es el mexicano Carlos Slim, la primera fortuna
del mundo. FCC ha diversificado su oferta de prestaciones de servicios públicos
y, así, en el concejo de Oviedo es concesionaria, además del agua (bajo la
marca comercial Aqualia), de la limpieza, la recogida de basuras y del servicio
de la grúa.
Agbar figura como el principal donante de la fundación de Convergencia
Democrática de Cataluña implicada en un proceso judicial de corrupción a gran
escala por la financiación ilícita del partido a cambio de adjudicaciones de
obras públicas. Y FCC aparece en los papeles de Bárcenas como donante de
generosas sumas ilegalmente trasferidas al Partido Popular.
Una de las filiales del grupo Agbar, Aquagest, protagoniza la llamada “trama
del agua”, una tupida red para la obtención de contratos por medio de sobornos,
tráfico de influencias, regalos y viajes a personas con poder de decisión en
numerosos Ayuntamientos de Galicia y de Asturias, que actualmente investiga la Audiencia Nacional.
Clientelismo laboral
Seguramente, una de las consecuencias más graves de la privatización masiva
de servicios públicos, si no la peor, ha sido la pérdida del control público de
los procesos de selección de los trabajadores vinculados a dichos servicios.
Los Estados Democráticos de Derecho han reconocido como un derecho
fundamental de todos los ciudadanos y ciudadanas el acceso a los puestos del
sector público en condiciones de igualdad, siguiendo procedimientos en los que
solo se tenga en cuenta el mérito y la capacidad de los aspirantes. El
reconocimiento de este derecho fundamental distingue a los Estados modernos, no
solo del Antiguo Régimen, donde los puestos públicos se obtenían por herencia,
se compraban o eran un privilegio estamental, sino también del Estado liberal
decimonónico, en el que el partido gobernante elegía a sus propios empleados
públicos, que cesaban en masa cuando entraba a gobernar el partido alternante
(sistema de botín).
Pero, además, el acceso a los puestos públicos mediante procedimientos
libres que respeten los principios de igualdad, mérito y capacidad constituye
la principal garantía de la actuación imparcial de la Administración Pública
y del sometimiento de la misma al interés general. Esta forma de acceso y la
fijeza en el empleo constituyen el baluarte que protege a los trabajadores
públicos de las presiones internas del poder político y de las externas del
poder económico.
La privatización de los servicios públicos, en la medida en la que convierte
en privados también a los puestos de trabajo asociados al servicio, recorta y
restringe el derecho fundamental de acceso en condiciones de igualdad a los
puestos del sector público y compromete gravemente las condiciones para que se
preste de manera imparcial, pues desprotege a los trabajadores de las
principales garantías para ello: deber el puesto exclusivamente a su propio
mérito y la fijeza del empleo.
Junto a las grandes concesiones de servicios públicos, ha proliferado
también la adjudicación de contratos de servicios a empresas bien relacionadas
con consejeros, alcaldes o concejales, para la prestación de actividades a las
Administraciones Públicas, en muchos casos, superfluas, innecesarias o
ficticias. Una de las consecuencias más graves de esta red clientelar es el
acceso de trabajadores de estas empresas a la condición de empleados públicos
mediante el mecanismo fraudulento de la cesión ilegal.
El Ayuntamiento de Oviedo es un buen ejemplo de esta política clientelista
de contratación. En los últimos años al menos 70 trabajadores han accedido a la
condición de personal laboral indefinido del Ayuntamiento siguiendo el mismo
proceso fraudulento: adjudicación de un contrato de servicios a una empresa
privada cuyos trabajadores se instalan en oficinas municipales, quedando bajo
el control y la dirección de funcionarios públicos del Ayuntamiento, demanda
ante los Juzgados de lo Social instando el reconocimiento de la condición de
personal laboral indefinido del Ayuntamiento, comparecencia en el juicio de los
concejales y funcionarios que promovieron el contrato para testificar a favor
del trabajador y confirmar la cesión ilegal, y sentencia favorable a aquél.
El Juzgado de Instrucción nº 3 de Oviedo admitió a trámite en el mes de
diciembre de 2014 una querella presentada por el grupo municipal de Foro
Asturias por cesión ilegal de trabajadores de la empresa Asac Comunicaciones,
imputando al jefe de Gabinete del Alcalde, al jefe del Servicio de
Modernización del Ayuntamiento y al consejero delegado de la empresa.
El clientelismo laboral no es solo un privilegio para el trabajador que
entra en la
Administración por la puerta falsa. Se trata,
fundamentalmente, de un agravio comparativo para todos los ciudadanos y
ciudadanas que tenían derecho a acceder a ese puesto en igualdad de
condiciones.
La regeneración democrática que hoy exige de forma mayoritaria la ciudadanía
pasa inexcusablemente por poner fin a la gran estafa de las privatizaciones de
los servicios públicos esenciales, volviendo a la gestión directa de los
mismos. Los partidos políticos que se han comprometido a liberar la política
del control del poder económico tienen aquí su principal piedra de toque. El
proceso no será fácil porque los capataces políticos del capital han dejado un
terreno minado.
Habrá que elaborar, con paciencia y rigor, un programa de
“remunicipalizaciones” y tomar medidas que pueden resultar incómodas, porque
nadie puede suponer que gobernar para desmontar un régimen clientelar sea una
tarea fácil. Una de ellas, entre las fundamentales, recuperar para el empleo
público los puestos de trabajo ahora privatizados, seleccionando a los
trabajadores (funcionarios y personal laboral) a base de estrictos principios
de igualdad, mérito y capacidad, porque el proceso de recuperación de lo
público, si se quiere que sea legítimo, no puede admitir atajos.
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