Si hubo un lugar donde la leyenda apenas cubría una realidad
combativa, ese fue Asturias. Un país pequeño, de deficientes
comunicaciones, con un clima para optimistas meteorológicos –que los
hay; ya pueden estar cayendo chuzos de punto que le dirán que “orbaya” o
“está escampando”–. La clase obrera española siempre tuvo un punto de
referencia asturiano y ese era la tradición combativa de una profesión
cargada de riesgos, la minería, que dio vida, junto a una metalurgia más
modesta, a lo que los antiguos denominamos clase obrera. Es verdad que
Asturias aportó líderes de la derecha incontestables, desde el gran
Pidal, don Pedro, más conocido como “el zar”, un ultramontano belicoso y
manipulador. El discreto Melquiades Álvarez, un pico de oro, que tuvo
una carrera política oblicua liquidada en una muerte ominosa. La gama de
líderes de la izquierda asturiana es ilimitada; Indalecio Prieto,
Santiago Carrillo, Quintanilla, y decenas de modernos.
Ya sé que a los asturianos de pro les complace la mirada al pasado
supuestamente glorioso, desde el Don Pelayo aquel, que según los
posmodernos ya comía fabada, hasta la brutalidad del Favila echándole un
pulso mortal al oso. Lo peor de todo esto es que Asturias se amamanta
de las leyendas como si fueran patrimonio de la humanidad, y resulta
ridículo que esta nueva Andorra dominada por el Partido Socialista
durante toda la transición, casi sin interrupciones, se haya convertido
en algo desdeñable para la ciudadanía que no la sufre, incluso para
quien la sufre, lo cual viene a ser más grave, porque sus pautas de
comportamiento han roto todos los esquemas que alimentaron otrora la
leyenda. A nivel económico sigue el crecimiento de Ceuta y Melilla, pero
la gente apenas es consciente de que ese pequeño país, que elogiaron
personajes tan dispares como Ortega y Gasset y Albert Camus, ha entrado
en un período de vasallaje y corrupción que cada vez me recuerda más
aquellas visitas a Sicilia en los años sesenta, cuando los audaces
preguntaban discretamente, para no ofender en los bares de
Caltanissetta, o Palermo, o Catania: “¿Qué es la mafia?”. Y el paisano
local, sonriente ante la candidez, respondía: “Una invención de la
prensa”.
Fuera de un crimen llamativo o un accidente notable, Asturias no
entra en las redes informativas españolas. Lugar turístico de paisaje
encantador y comida contundente. Punto. Pero las elecciones autonómicas y
municipales han introducido variantes significativas en esta Andorra
del lavado general de materiales procedentes de la corrupción y el
narcotráfico. Hay un paralelo entre Andalucía y Asturias. El control de
todos los mecanismos institucionales por el PSOE y su capacidad para
ejercer de poder fáctico, independientemente de que sea legal o lo
parezca. Si el presidente de CajAstur, Manuel Menéndez, en vísperas de
la quiebra fraudulenta de su entidad, saca dos millones de euros
personales y los coloca en el Santander, digamos como una metáfora,
nadie podrá reprochárselo. Está en su derecho; es legal y despreciable.
El responsable del sindicato minero, el inefable Fernández Villa, un delincuente con antecedentes que le llevaban hasta los bordes de la policía franquista –en palabras claras, confidente– se descubre poseedor de una fortuna superior al millón de euros en el extranjero. Intocable. Era el hombre del PSOE, del SOMA-UGT, y Alfonso Guerra en los mítines obreros con cordero a la estaca en la explanada de Rodiezmo. No puede aclarar cómo afanó su dinero porque un alzheimer repentino le ha encerrado en su casa. La exalcaldesa de Llanes, lugar donde cualquier corrupción tenía su asiento, Dolores (Álvarez) Campillo, la que consiguió que sus hermanos se hicieran ricos, ella aún más, la que decía que sus decisiones las tomaba “porque me sale del higo”, gente como se ve del bronce socialista, ha sido aforada retirándose de la alcaldía y pasando a parlamentaria local. ¡Ay, Dolores, ya nadie se acordará de la frase del presidente Rubalcaba cuando en sus veranos de Celorio (Llanes) te decía en señal de bienvenida: “Sigue así, alcaldesa, sigue así”
Los resultados electorales son aleccionadores pero no lo suficiente.
Podemos se ha constituido en tercera fuerza, tras PSOE y PP, pero el
juego político está entre los dos partidos corruptos. La evidencia de
que el PSOE iba a gobernar de nuevo en minoría, habiendo perdido 3
escaños y quedándose en 14, era tan evidente que el periódico del
monopolio local, La Nueva España, en un alarde periodístico que debería
ser incluido en el guiñes de las genialidades, tituló en primera página
“Mañana será presidente Fernández” (el candidato del PSOE). Lo que no
había previsto es que Foro, aquel partido que montó Álvarez Cascos hoy
en trance de disolución, le concediera sus tres votos al PP y quedaran
empatados PP y PSOE. La cara del secretario general socialista ante el
dilema irresoluble del empate deberá figurar en el catálogo de imágenes
folklóricas de Asturias. ¡O sea que podemos perder por culpa de estos
hideputas de la derecha! Una estupidez, porque la derecha en Asturias es
tanto el PSOE como el PP y así han convivido en buena compaña desde la
muerte de Franco repartiéndose el botín. Hay que decir que más inclinado
a los socialistas que a los peperos, como en Andalucía, pero a escala
asturiana. Un Musel de Gijón que habrá hecho ricos a muchos, ahora
aforados por el PSOE, un Niemeyer en Avilés que haría las delicias de
Walt Disney, una Universidad Laboral convertida en laboratorio de
sacamantecas, un Montepío Minero que no resistiría una revisión de
cuentas, un campus en Mieres que clama al cielo, una autopista minera
cuyo argumento más sólido era el derecho de los mineros jubilados a ir a
la playa de Gijón en veinte minutos…
Cuando en su intervención parlamentaria por la presidencia del principado el candidato socialista Javier Fernández se refirió a lo innecesario de abrir una Causa General de los 30 años abundantes de gobierno socialista en Asturias, ya tiene que ser bestia el material del delito acumulado. “No hay una podredumbre sistémica”, afirmó, y aprovechó para negar que la política asturiana sea un lodazal (son palabras suyas).
Los optimistas dicen que hay signos de cambio. Entretanto, el único
vehículo en papel digno de tal nombre, Atlántica XXII, un bimensual,
explica en su último número el significado de la introducción en
Asturias de dos personajes que nos llenan de zozobra. Una vez retirado
por acusaciones directas de irregularidades urbanísticas, García Simón,
un paisano hecho rico en México gracias, entre otras cosas, al petróleo y
socio putativo de la familia que controlaba Llanes y sus alrededores,
ha aparecido Slim. El fantasma que recorre España de la mano del gran
jugador de billar, Felipe González. Ahora estos se dedican al fútbol con
gran éxito del personal aficionado, como si se tratara de una tarea de
mecenas para gente que necesita contentarse con victorias futboleras que
añoren tiempos pasados. ¡Como Berlusconi
Del arte y las grandes colecciones de García Simón,
significativamente cedidas a los grandes museos hispanos –dudo mucho que
él sepa diferenciar a Ribera de Zurbarán, pero tiene dinero sin color
para comprarlos–, hemos pasado a Slim. El símbolo de los nuevos tiempos
de filibusterismo económico. Todos somos griegos. Eso debemos
grabárnoslo en nuestro ADN íntimo. Nos evitará disgustos y nos
consentirá ser discretos y no pisar la manguera del Gran Bombero. Y de
no ser así, descubran los buchos, la gran novedad gastronómica
asturiana, el cúbrelo todo, lo que antaño fue la invención de las
alubias con almejas de éxito mundial. Sencillamente callos de merluza,
como preparan en Cudillero desde hace décadas, lo mismo que los llamados
callos del bacalao; el aprovechamiento de la aleta natatoria. Buchos.
Asturias da para mucho. Es verdad que se acabaron los pozos mineros y el
único que se mantiene ya tiene nombre, pozo corrupción, por eso puede
mantenerse sin gobierno el tiempo que haga falta.
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