La moderna exigencia de transparencia ha devenido en una suerte de
obsesión por la misma, que sustituye la ideología y la acción política
por la rendición de cuentas sobre pagos, ingresos y gastos.
La sociedad de la transparencia funda una democracia de espectadores.
A medida que el neoliberalismo
ha ido asentándose cultural y socialmente, la política ha perdido su
centralidad, reduciendo sus contenidos a una gestión y alternancia. Los
proyectos, las alternativas y la creación de horizonte histórico
desaparecen. El objetivo de los partidos y de sus representantes parece
centrarse hoy en rendir cuentas de en qué, cómo, para y a quiénes se
destinan los fondos que se manejan y, de paso, mostrar la desnudez
económica bajo la fórmula de sueldos, salarios y declaraciones de la
renta. El partido y sus dirigentes deben ser transparentes.
Fondos propios, donaciones, sueldos, pagos a terceros y
gastos. Todo cae bajo esta denominación, declamando cuando se les acusa:
"¡Soy transparente! ¡Acá esta mi declaración de la renta!". Para algo
existen los asesores financieros: para hacer transparente lo opaco. Las
sociedades interpuestas, las donaciones, las asociaciones sin fin de
lucro y las fundaciones. Todas son legales y transparentes. Esta
obsesión por la transparencia ha terminado por arrinconar la acción
política y el papel de los partidos a rendir cuentas sobre sus fondos y
pagos.
No pongo en tela de juicio la necesidad de
rendir cuentas económicas. Para eso los jesuitas inventaron los modernos
libros de cuentas hace más de cinco siglos. Haberes y debes. Por tanto,
sean partidos políticos, bancos, universidades o comunidades de
vecinos, todos deben tener su libros en orden. Podremos hablar de cajas
B, de fondos reservados, de financiación ilegal, de mala administración,
corrupción, apropiación indebida, desfalco, etc. Pero la función de los
partidos políticos no es administrar fondos. Bajo este principio, un
partido político sería democrático y transparente si su contabilidad
está saneada, sin importar que patrocine golpes de Estado, designe a
dedo sus candidatos, confeccione listas cerradas para sus direcciones y
la democracia interna brille por su ausencia.
No
todos los partidos políticos son democráticos, ni sus dirigentes se
caracterizan por tener valores éticos acordes con una práctica
democrática, donde se controle sus actos, se asuman responsabilidades y
dimitan.
Bajo la bandera de la transparencia se
oculta una gran mentira. Una nueva generación reclama el traspaso de
poderes y se proyecta como la élite política del recambio y la
regeneración. Se definen como jóvenes dotados de cualidades hasta ahora
desconocidas. Se consideran los aristócratas del saber y los elegidos
por méritos. Currículum brillante que incluye doctorados, políglotas,
emprendedores, expertos en redes sociales y el mundo digital. Se
autodenominan la generación de "los mejor formados" de la historia. El
poder les pertenece, se transforman en adalides de la lucha contra la
corrupción y practican la política de la transparencia. La reclaman para
desnudar las prácticas de los considerados políticos de la guerra fría.
Byung Chul-Han, uno de los filósofos más creativos de este siglo, apunta en su ensayo Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder lo
siguiente: "La reivindicación de la transparencia presupone la posición
de un espectador que se escandaliza. No es la reivindicación de un
ciudadano con iniciativa, sino la de un espectador pasivo. La
participación tiene lugar en forma de reclamación y queja. La sociedad
de la transparencia, que está poblada de espectadores y consumidores,
funda una democracia de espectadores".
La sociedad de
la transparencia no tiene ningún color. Los colores no se admiten como
ideologías, sino como opiniones exentas de ideología, carentes de
consecuencias. Por eso se puede cambiar de opinión sin problemas. Un día
digo digo, al día siguiente digo Diego, y al tercero ni digo, ni Diego,
sino Pedro. Desde la democracia digital de consumo por twitter y facebook
se habla de generaciones amortizadas y desechables. Bajo este contexto,
surgen partidos políticos que huyen de cualquier vínculo con las
derechas o las izquierdas. Sus nombres son ambiguos y gelatinosos.
Suelen referenciar actitudes alusivas al esfuerzo individual, a la suma
de voluntades. Hay que ser positivos. En la mayoría de los casos son
partidos "atrapalotodo". Tienen un punto de unión: su obsesión por la
transparencia.
Sin embargo, la transparencia sólo es
posible en un espacio despolitizado. Por ello son la cara amable del
neoliberalismo: sustituyen a los partidos socialdemócratas y
centroderecha. Nada que ver con la coalición griega de Izquierda
Radical, Syriza. Nuevamente, Byung Chul Han pone
el dedo en la llaga al señalar cuál es el papel de la transparencia en
el neoliberalismo en su libro La sociedad de la transparencia:
"Las cosas se hacen transparentes cuando abandonan cualquier
negatividad, cuando se alisan y allana, cuando se insertan sin
resistencia en el torrente liso del capital, la comunicación y la
información. Las acciones se tornan transparentes cuando se hacen
operacionales, cuando se someten a los procesos de cálculos, dirección y
control (...) Las cosas se vuelven transparentes cuando se despojan de
su singularidad y se expresan completamente en la dimensión del precio.
El dinero que todo lo hace comparable con todo, suprime cualquier rasgo
de lo inconmensurable, cualquier singularidad de las cosas. La sociedad
de la transparencia es un infierno de lo igual (...) La transparencia
estabiliza y acelera el sistema por el hecho de que elimina lo otro o lo
extraño. Esta coacción sistémica convierte a la sociedad de la
transparencia en una sociedad uniformada. En eso consiste su rasgo
totalitario".
Así, la transparencia no guarda vínculo
directo con la práctica democrática. Quienes se rasgan las vestiduras
exigiendo transparencia y se vanaglorian de serlo no reclaman
transparencia cuando se trata de explicar con quién se reunieron, qué
acordaron, quiénes deciden la agenda y cuál fue el proceso de
negociación para nombrar cargos. Hablamos de la llamada "cocina
política", del poder, cuyo cartel en la puerta es claro: "Reservado el
derecho de admisión".
Así, reclamar la transparencia
del dinero a través de preguntas como ¿cuánto gana un político? ¿cuál es
su estado de cuentas bancario? ¿qué propiedades posee? ¿dónde pasa las
vacaciones? o ¿qué compra?, no hace democracia, ni genera una sociedad
más libre y participativa. Simplemente explota la transparencia obscena
del capital como relación social. Más transparencia del capital conlleva
menos democracia participativa. Su reivindicación nada tiene que ver
con un proyecto democrático afincado en la participación, la mediación,
el dialogo, la coacción, el conflicto, la negociación y la
representación. Démosle la bienvenida.
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