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miércoles, 11 de noviembre de 2009

EL CLIENTELISMO EN EL EMPLEO PÚBLICO FAVORECE LA CORRUPCIÓN


Así, al menos, piensan los autores de este manifiesto titulado “NO DEBEMOS RESIGNARNOS A LA CORRUPCIÓN”, que hoy publica “EL PAÍS”.

En el escrito realizado por Jesús Lizcano Álvarez, Antonio Garrigues Walker, Jesús Sánchez Lambás y Manuel Villoria Mendieta, integrantes del Comité de Dirección de Transparencia Internacional España se analizan las causas del avance y expansión de la corrupción en España.

Acertada y significativamente estiman, precisamente, que el elevado clientelismo en el empleo público que existe en España favorece la extensión de la corrupción, toda vez que un empleado público que logró su puesto de trabajo gracias al amiguismo o a la pertenencia o vinculación a un determinado partido político difícilmente adoptará la defensa del interés general como valor prioritario a respetar en el desempeño de sus funciones.

También se denuncia el uso y abuso del sistema de libre designación en la provisión de puestos de trabajo en la Administración, sistema contrario a mecanismos objetivos de selección en función del mérito y la capacidad, y que determina que el funcionario nombrado pueda ser discrecionalmente cesado si no se adapta a los criterios políticos del gestor de turno.


Este artículo convendría que fuese tenido en cuenta por nuestros dirigentes autonómicos que con tanta profusión crean sociedades públicas y entidades instrumentales cuyos procesos selectivos distan de ser transparentes y que tantos varapalos judiciales han recibido, precisamente, por tratar de implantar en la Administración del Principado de Asturias el sistema de libre designación en puestos de trabajo que deben ser cubiertos empleando como únicos criterios de selección el mérito y la capacidad.


TRIBUNA: JESÚS LIZCANO, ANTONIO GARRIGUES WALKER, JESÚS SÁNCHEZ LAMBÁS Y MANUEL VILLORIA

No debemos resignarnos a la corrupción

El clientelismo y el deficiente control de la financiación de los partidos son variables que están detrás de los escándalos recientes. Pero también influyen un exceso de leyes innecesarias y la ausencia de otras necesarias

JESÚS LIZCANO, ANTONIO GARRIGUES WALKER, JESÚS SÁNCHEZ LAMBÁS Y MANUEL VILLORIA 11/11/2009

La corrupción es como un cáncer que avanza imparable si no se toman medidas para detenerlo. Las redes de corrupción se expanden y van controlando empresas, municipios, Comunidades Autónomas y hasta unidades esenciales del Estado si los partidos, los Gobiernos y la sociedad no se alían para detener esta enfermedad social. La causa de la expansión es que, si se percibe la impunidad, resulta racionalmente rentable arriesgarse a ganar mucho dinero, robando a una colectividad difusa, sin peligro de ir a la cárcel por ello. Es obvio que personas con principios éticos sólidos no aceptarán este intercambio, pero, por desgracia, la solidez de los principios no está garantizada entre nuestra clase política. Lo cual no quiere decir que todos los políticos sean corruptos. En todo caso, cuanto más se expande la corrupción más difícil es mantenerse ajeno a su tentadora llamada. En España, la corrupción, que era una enfermedad de la que creíamos haber salido, se ha ido extendiendo de nuevo. Poco a poco, redes corruptas han ido generando una tupida serie de intercambios deshonestos que, al final, han puesto en peligro la legitimidad de nuestra clase política y de nuestras instituciones.

Para algunos políticos irresponsables esto es la consecuencia del crecimiento, como si la corrupción fuera un peaje a pagar por una economía desarrollada. Nada más lejos de la realidad, las economías más sólidas, los países con mayor índice de desarrollo humano son países bastante honestos. La corrupción, como nos demuestran sólidos estudios del Banco Mundial, aleja la inversión, genera gastos innecesarios y reduce los ingresos públicos. Un país con alta corrupción elabora políticas para beneficio de unos pocos, no de la sociedad en su conjunto; un país con alta corrupción genera infraestructuras deficientes, regula mal los servicios públicos privatizados, y obliga a los empresarios honestos a esfuerzos sobrehumanos para sostener sus empresas. La corrupción produce un deterioro en el funcionamiento de la justicia, daña el Estado de derecho y genera profundas desigualdades sociales.

Para explicarse la situación actual en nuestro país sería bueno que considerásemos tres variables, que no son las únicas, pero sí son importantes. En primer lugar, un clientelismo y una falta de transparencia en las instituciones públicas. En España, la opacidad con la que actúan los Gobiernos es casi propia de países con democracias fallidas. Además, el clientelismo, sobre todo en el nivel local y en la administración instrumental de todos los niveles de gobierno (empresas públicas, fundaciones, gerencias, etc.), es muy elevado. Nuestros municipios y empresas públicas están plagados de empleados públicos que están allí por ser del partido o amigos de la persona oportuna. Empleados públicos que entraron de forma provisional y se quedaron allí de por vida, que carecen de valores de servicio público y que nunca se jugarán su puesto por defender el interés general. Es incomprensible el uso y abuso de la libre designación en la provisión de puestos en nuestras Administraciones. También es incomprensible que, salvo pequeñas excepciones, no existan mecanismos mínimamente rigurosos de evaluación del desempeño de nuestros empleados públicos. Como consecuencia, la carrera está demasiadas veces vinculada a las fidelidades personales y no a la valía y profesionalidad.

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