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sábado, 20 de febrero de 2010

El país de la chequera










Javier Álvarez Villa

En el Capítulo VII de El Dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte Marx traza una descripción histórico – sociológica de la Burocracia y de sus relaciones con el poder político, que resulta de plena actualidad. Aunque el análisis se refiera al Estado francés, en él se contienen claves fundamentales para entender el presente, sin ir más lejos, para comprender la estructura y funcionamiento del sistema sociopolítico asturiano.

Señala Marx como la Monarquía absoluta, primero, y la Revolución francesa, más tarde, terminaron con el Estado feudal, disgregado en señoríos locales particulares, mediante la centralización del poder. En este proceso, las potestades de los dignatarios feudales pasan a manos de funcionarios retribuidos, lo que comporta el incremento de las atribuciones y del número de servidores del Gobierno.

Napoleón “perfeccionó esta máquina del Estado”, que fue ganando en extensión con la Restauración monárquica, hasta el punto de engendrar un Estado hipertrofiado, en el que "cada interés se desglosaba inmediatamente de la sociedad, se contraponía a ésta como interés superior, general (allgemeines), se sustraía a la propia iniciativa de los individuos de la sociedad y se convertía en objeto de la actividad del Gobierno, desde el puente, la escuela y los bienes comunales de un municipio rural cualquiera, hasta los ferrocarriles, la riqueza nacional y las universidades de Francia"

En la República parlamentaria, la actividad política se asemejaba a la de la democracia representativa actual: "Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación, consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor”

La culminación de esta invasión burocrática de la sociedad se produce tras el golpe de diciembre de 1851 de Luis Bonaparte (Napoléon III), cuando el poder ejecutivo “con su inmensa organización burocrática militar, con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado, un ejército de funcionarios que suma medio millón de hombres, junto a un ejército de otro medio millón de hombres”, se convierte en un “ espantoso organismo parasitario que se ciñe como una red al cuerpo de la sociedad francesa y le tapona todos los poros”

Apoyándose en este repaso histórico, Marx explica como la Burocracia pasó de ser el medio para preparar la dominación de la burguesía, durante la Revolución y con Napoleón, al instrumento de la clase burguesa dominante, bajo la restauración monárquica y en la república parlamentaria; para convertirse, finalmente, con Napoléon III y como consecuencia de la expansión incontenible del aparato del Estado, en una clase completamente autónoma.

De ahí la ineludible necesidad de aquél régimen político de sostenerse sobre la clase burocrática y de gobernar para sus intereses, adoptando para ello dos tipos de medidas: aumentar los sueldos e incrementar los puestos “a dedo” (por lo demás, copiadas al pie de la letra por el actual Gobierno asturiano, mediante la falsa “carrera profesional”, la hipertrofia de puestos de libre designación, de nombramientos provisionales y de empresas y entes de Derecho privado). En palabras de Marx: "Y de todas las idées napoléoniennes, la de una enorme burocracia, bien galoneada y bien cebada, es la que más agrada al segundo Bonaparte. ¿Y cómo no había de agradarle, si se ve obligado a crear, junto a las clases reales de la sociedad, una casta artificial, para la que el mantenimiento de su régimen es un problema de cuchillo y tenedor? Por eso, una de sus primeras operaciones financieras consistió en elevar nuevamente los sueldos de los funcionarios a su altura antigua y en crear nuevas sinecuras"

El análisis de El Dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte se remata con una descripción sociológica demoledora: "En la corte, en los ministerios, en la cumbre de la administración y del ejército, se amontona un tropel de bribones, del mejor de los cuales puede decirse que no sabe de dónde viene, una bohème estrepitosa, sospechosa y ávida de saqueo..."


No es difícil encontrar analogías entre la situación del segundo Imperio francés, descrita por Marx, y la realidad política asturiana del presente, en la que la Administración Pública, sujeta a un férreo control partidista al servicio de la oligarquía económica, mediatiza todo el proceso de producción, distribución y demanda de mercancía y servicios, desde el sector de la construcción hasta el de la producción de noticias, pasando por los diferentes negocios y actividades vinculadas a la gestión del tiempo de ocio; de tal manera que resulta casi imposible encontrar aquí algún tipo de actividad que pueda reputarse propiamente como independiente.


Cualquier iniciativa que se desarrolle en la sociedad asturiana depende de la gran chequera del presupuesto público, que se administra mediante una red capilar de instrumentos burocráticos convenientemente orientados por el partido gobernante, para demostrar a todos los ciudadanos – clientes que lo que se ofrece es siempre un bien graciable y, por tanto, que deben estar agradecidos al benefactor. Aquí nadie debe creer que tiene derecho al subsidio en condiciones de igualdad, sino que aquél debe presentarse siempre como una posibilidad que se obtiene por la atenta concesión del poder.


En un sistema político dominado por el intercambio de favores la sociedad civil sólo puede articularse a través de redes de influencias, que son las vías de acceso obligatorias a los bienes públicos escasos. Toda la espesa maraña de complicidades que se asocian a los intercambios clientelares genera fidelidades a largo plazo, para toda la vida, porque el que debe la viabilidad de su negocio a las concesiones del patrón, sabe que también está ligado a aquél por una relación de fidelidad que se parece al vasallaje feudal.


Un régimen político como el descrito precisa, indefectiblemente, de un ejército de funcionarios de confianza, en cada una de sus diferentes especialidades: desde los burócratas de élite hasta los conductores de altos cargos, pasando por los maestros, médicos, policías etc.


Allí dónde pueda haber un grupo de empleados públicos en condiciones de actuar con imparcialidad, allí intervendrá de urgencia el aparato de control, ofreciendo alguna prebenda anestesiante y, en su defecto, utilizará alguna fórmula más o menos expeditiva de disolución u ocultación. Cualquier sospechoso de actuar “por libre” recibe, rápidamente, una oferta de ascenso y en el improbable caso de que pueda rechazarla, será aislado mediante el “cordón sanitario” de la sospecha institucional.


Sin esta extensísima estructura de funcionarios “comprometidos con la organización”, utilizando el eufemismo actualmente en boga para referirse a los trabajadores serviles, que hace posible la gestión política de los asuntos públicos “ a la carta” ( informes convenientes, omisiones oportunas…), resultaría inviable el clientelismo político de partido.


Pero, en un sistema en el que el partido alternante sólo aspira a apoderarse del gran botín de la Administración, mientras disfruta de la cuota de reparto asignada a la “leal oposición”, ¿quién está en condiciones de ofrecer una solución realmente democrática para el gobierno de los asuntos públicos?


Como argumentaba La Boétie, hace más de cuatro siglos, en el Discurso de la Servidumbre Voluntaria, después de que la mayoría se ha acostumbrado a la obediencia autoritaria, el principal desafío del tirano es reducir la disidencia, fundamentalmente, mediante el control de la información.


En cualquier caso, el mismo La Boétie advertía que no es posible un régimen despótico sin la servidumbre voluntaria de los individuos, pero bastaría para derribarlo que éstos “ya no le apoyen más; entonces lo verán, como un gran Coloso, cuyo pedestal ha sido apartado, caer por su propio peso y romperse en pedazos”

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